De relatos: La maldición. Parte dieciséis: Meridión.

Fotografía: Ester Valverde.

El tiempo entre medias, ¿para qué servía? Dependía de a quién le preguntaras. No hay nada más relativo que el paso del tiempo, nada tan variable. Para Yosef era desesperante. Una losa pesada; una tortuga gigante y lenta. Se movía despacio y le oprimía el pecho. Cuanto más comprobaba los minutos en el reloj, menos cambiaban. Cuanto más miraba la fecha de la próxima luna nueva, más lejos parecía estar. Su vida solitaria tampoco ayudaba a mejorar esa percepción. Concentrarse en la rutina antes le ayudaba porque esa era su meta. Había construido todo el sentido de su existencia sobre ella y, ahora que había cambiado, no sabía disimularlo.

—¿Estás bien?

Le preguntaban invariablemente compañeros de trabajo o sus padres.

—Sí, ¿por qué?

Les respondía a todos por igual.

—No sé, estás raro. Como distraído.

Apuntaban después. Y él intentaba zanjar el asunto con un simple “estoy un poco cansado, nada más”, pero eso solo daba pie a otro cliché.

—Deberías cogerte unas vacaciones.

—Tienes razón, debería.

 

En la ciudad subterránea el tiempo se regía por el trabajo y por los ciclos de oscuridad. Los relojes marcaban las horas, sí, pero no se les prestaba tanta atención como en Ir Haorot, la ciudad de luz. Nadie llevaba uno consigo, al menos no uno físico rodeando la muñeca o en la pantalla de un teléfono móvil, pero sí tenían uno interno, el de la costumbre. Los habitantes de Taht Alardi componían el reloj de la ciudad, cada persona una pieza y, cuando formas parte del engranaje del tiempo, no eres del todo consciente de él, de cómo se acelera o ralentiza.

—Hola, muchacho, ¿necesitas algo?

Oren, una vez más, fue a casa de su mentor en busca de información, aunque esta vez no fuera para él.

—Sí, maestro, me preguntaba si usted sabría cómo contactar con una familia.

—¿Qué familia?

No conocía a muchas personas con la suficiente jerarquía y confianza para indagar sobre asuntos relacionados con gremios ajenos. Tarêq era una de ellas, pero las cosas con él se habían vuelto tensas desde el encontronazo con el cazador y sus nulas explicaciones, una forma suave de decir que le había evitado todo lo posible mientras tallaba señales en los árboles con la esperanza de que guiaran a su hermano hasta él. Así que, solo le quedaba su mentor.

—¿Y dices que son recolectores?

—Sí.

Hassan era un hombre discreto y, sobre todo, leal con los suyos. Un veterano que había vivido todo lo que se podía vivir en aquel mundo. Era difícil engañar o pillar con la guardia baja a quien había visto y oído todo, por eso lo mejor era no inventar las razones de tus preguntas y menos aún crear una verdad a medias con los datos reales. No tenía que darle explicaciones, solo ir al grano, porque a Hassan tampoco le quedaban ganas de saber nada más, cada cual era responsable de sus actos.

—No es un mal gremio. Les gusta colaborar, no como a algunos del nuestro, de lo que ya te enteraste tú por las malas. Aunque, al igual que todos, son más abiertos a echar una mano a los suyos. La información nunca es gratis, por muy buenas intenciones que tengas.

—¿Y qué me aconseja?

—¿Yo? Nada, muchacho, me gusta la tranquilidad de la que disfruto ahora, me la gané a pulso durante muchos años.

Las conversaciones siempre terminaban cuando su mentor lo decidía. Lo hacía sin estridencias, estaban en su casa, solo tenía que levantarse de la mesa e ir hacia la puerta. Oren le seguía sin más, atraído por la energía que Hassan desprendía.

—Me acabo de acordar de Fahrid, su zona de recolección estaba cerca de la mía de caza. A veces, nuestras familias compartían los descansos para reponer energías, saciar la sed y el hambre. La de cosas que nos contábamos en esos pequeños momentos. Y todo empezó porque a la pequeña Jamili le gustaba cómo olía nuestra comida.

Hassan sonrió para sí. Los tiempos pasados le ponían melancólico, le proporcionaban calor al mismo tiempo que frío.

—En fin, muchacho, no te entretengo más, tienes muchas cosas de las que ocuparte.

Esta vez la sonrisa la dirigió hacia él. Oren le devolvió el gesto, consciente de que, como siempre, su mentor le había contado algo más que una anécdota.

Hassan le despidió con una palmada en el hombro y cerró la puerta en cuanto salió.

 

Para Raina el tiempo se asemejó a una cuenta atrás. Así se percibe el caminar de los segundos y los minutos cuando en tu interior hay un runrún. Cuanto más cerca el final, más difícil de ignorar. Ni sumergiéndose en los ojos de Laila conseguía acallarlo.

—¿Qué? —le preguntó esta sonriendo, mirándola curiosa desde su lado de la cama.

—Nada —respondió ella devolviendo esa sonrisa.

—¿Y por qué me miras así?

—Porque me da la gana.

A Laila le dio la risa, una risa contagiosa, y por un momento ignoró el pálpito que se intensificaba con el paso del tiempo.

—¿Qué haces? —le preguntó a Laila cuando se aproximó a ella.

—¿Tú que crees? —le respondió colocando su cuerpo sobre el suyo.

—¿Otra vez? ¿En serio?

—Llevaba muchos meses de abstinencia, tengo que recuperar el tiempo perdido.

—¿Y no puedes dejar un poco para otra noche?

—No.

—¿No te doy pena? No me puedo ni mover.

Raina compuso su mejor expresión de lástima falsa. Laila contuvo la risa. Y no se dio por vencida.

—No te preocupes. Ya me encargo yo de todo.

—¿Qué? —Laila comenzó a besarla y a recorrer su piel desde el cuello hacia abajo—. Bueno, visto así, creo que aún puedo…

Debería quedarse allí, no alejarse ni un ápice de su lado. Donde la colmaban de amor. Donde había besos y caricias antes de dormir y al despertar. ¿Qué importaba lo demás cuando se tenía eso?

—Esta será la última vez que te vas a ir sin mí —le dijo Laila cuando recuperaron el aliento, otra vez mirándola desde su lado de la cama—. Me da igual lo que me digas.

—Vale.

Allí mismo. A su lado. Para siempre. Quédate. No necesitas más. No hace falta saber.

Acudió a su cita con Yosef. Y cruzó de nuevo el umbral. Aunque esas palabras le gritaran, le advirtieran.

—¿Qué ocurre? —le preguntó Yosef cuando ella se detuvo para mirar atrás, hacia la ciudad de luz, hacia Laila.

—No sé, no tengo un buen presentimiento.

—Tranquila, no va a pasar nada.

 

Para Laila el tiempo intermedio, el de la espera, comenzó cuando acabó el del resto. En cuanto las lamas de las ventanas se plegaron y se encendieron las luces artificiales. Y mientras la noche comenzó su avance, ella intentó que los minutos y sus horas fuesen más deprisa conciliando el sueño. Pero no lo consiguió.

—¿Tú tampoco puedes dormir? —le preguntó a su padre al encontrarlo en la cocina leyendo.

—No suelo dormir mucho, pero vosotras no os dais cuenta porque sois como marmotas.

—Ya, pues hoy creo que te voy a acompañar.

Se sentó a su lado y fisgó su lector electrónico.

—¿Qué lees?

—Un tostón, a ver si me da sueño.

—¿Y funciona?

—No mucho.

Estuvieron unos minutos en silencio, su padre concentrado en la lectura y ella con la mirada perdida pensando en Raina.

—Un vaso de leche con miel suele ayudar —dijo su padre de pronto—. ¿Quieres que te haga uno?

—Sí, gracias.

Observó a su padre mientras le preparaba el bálsamo para el insomnio. Nunca hablaban mucho y era mejor así, ni conversaciones banales, ni discrepancias, ni opiniones hirientes soltadas sin querer, pero de vez en cuando tenía gestos como aquel y sentía que, a pesar de todo, su padre la quería.

—Ten, no dejes que se enfríe.

—Gracias.

Se terminó el vaso a sorbitos. A su padre le entró sueño y la dejó sola en la cocina. Recogió su lector y leyó. Al cabo de un rato desistió, ni el mejor libro de la historia hubiera conseguido que se concentrara en él.

—Cariño, ¿qué haces despierta? —le dijo su madre desde el umbral con los ojos medio cerrados.

—¿Y tú?

—Me hacía pis.

—Pues vete al baño.

—Ja. Ja.

Su madre desahogó la vejiga y regresó.

—Tu padre tiene unas pastillas para dormir. Como es un cabezón no se las toma nunca. No creo que pase nada si le coges una. No necesitan receta.

La pastilla hizo efecto a la media hora. No hubo sueños, pero sí dolor de cabeza y desorientación cuando volvió a abrir los ojos. Salió de la cama a trompicones y buscó nerviosa su móvil para mirar la hora.

—¿Qué?

Eran cerca de las doce del mediodía. Nadie la había despertado, eso no era buena señal. El miedo creció dentro de ella, la certeza también, pero consiguió mantener la serenidad suficiente como para comprobarlo antes de entrar en pánico por completo. Buscó el número de Raina y llamó. Quizá solo se había quedado dormida, seguro que era eso.

—Hola, Josué, ¿se puede poner Siván?… ¿No está?… Ah, no, tranquilo, no es nada. Además, ya estará de camino… Sí, sí, es muy despistada, se lo habrá dejado en casa sin darse cuenta… Sí, se lo diré, gracias. Adiós.

Colgó y buscó otro número, el de Yosef. Antes del primer tono saltó la voz mecánica que te informaba de que el dispositivo estaba apagado o sin cobertura. Intentó calmarse, necesitaba pensar. Seguro que había una explicación y no era esa que repetía su mente sin parar como la advertencia intermitente de la proximidad de una curva peligrosa.

El tiempo entre medias para Laila acabó mucho después. Primero se duchó, se vistió y comió con sus padres como si nada pasara. Y esperó hasta que la hora del reloj estuviera cerca del fin de la jornada de Yosef. Salió de su casa con margen de sobra para llegar al piso de este y tuvo que esperar frente a la puerta durante minutos eternos. Sentada en el suelo. Con la congoja atrapada en la garganta pujando por salir. Con la vista fija en la pantalla de su teléfono esperando que sonara milagrosamente y que le mostrase el nombre de Raina. Pero el único sonido que llegó a sus oídos fue el de los pasos de Yosef acercándose. Se puso de pie y le miró. Él se quedó quieto sin decir nada, pero sus ojos delataban la noticia que no se quería dar.

—¿Dónde está Raina?

 

Continuar a «Parte diecisiete: Conticinio»

2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. katelynnon dice:

    ¡NO! ¡RAINA NO! Lo que sea menos eso.
    (Aunque creo que sería aún peor si le pasase algo a Laila)
    «Tengo un mal presentimiento» seguido de «Tranquila, no va a pasar nada» siempre es una alerta roja. Espero que no tardemos mucho en saber qué ha pasado con Raina, que no sea muy grave y puedan rescatarla y volver a ser felices todos (lo siento, soy una niña Disney).
    Me ha gustado ver los cuatro puntos de vista distintos y lo que significa el paso del tiempo para cada uno de ellos. Ya solo falta saber qué fue de la hermana de Raina, que no consigo recordar cómo se llamaba.

    1. Niña Disney dice, será como lectora porque como escritora… jajaja. En la próxima entrega lo sabrás, no te preocupes. 😉
      Muchas gracias por tus comentarios, Kate. 🙂

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