
Tenía hambre y tuvo que hacer un esfuerzo por recordar cómo se buscaba algo de comer sobre la tierra y bajo ella o mucho más arriba, en las ramas de los árboles. Aún le quedaba el vago conocimiento de que no todo se podía buscar en la misma época del año, que cada fruto de la superficie solo se hallaba en determinados momentos. Los datos imprecisos no le sirvieron de mucho, salvo para llevarse a la boca setas de aspecto pobre que le revolvieron el estómago porque así, al natural, no tenían su mejor sabor. Al menos la sed fue más fácil saciarla, el agua corría limpia y fresca riachuelo abajo. Esperó cerca de él, al refugio de los árboles, mientras el sol descendía, acercándose al final de su ciclo. De día le costaba más orientarse, no había mapas ni aplicaciones en el móvil de Yosef capaces de guiarla en aquella zona. Cuando llegase la noche sería más sencillo, seguiría el camino de la luna y las estrellas hasta la puerta escogida para adentrarse en su antiguo mundo.
***
Una semana, ese fue el tiempo que Laila les consiguió a todos. Durante siete días, tanto los padres de Raina como los suyos, creerían que ambas compartirían un retiro mental. Un hotel edificado sobre antiguas aguas termales, el lugar perfecto para que Raina recuperara algo de confianza en sí misma. Encontrar trabajo no era una tarea tan sencilla como parecía, requería paciencia.
—Siván cree que su apariencia la condiciona y no lo está llevando bien —les comentó a su madre y a su padre durante la comida—. No es que esto vaya a resolver las cosas de repente, pero al menos durante unos días no pensará en ello.
—Me parece un gesto muy bonito, cariño —le decía su madre—. Seguro que le ayuda más de lo que crees.
—Ya he hablado con los padres de Siván, nos iremos esta tarde.
—¿Tan pronto? No os va a dar tiempo ni a hacer las maletas.
A los que no debía darles tiempo era a los padres de Raina. No podían empezar a pensar que era raro que no hubieran visto a su hija en dos días ni de refilón, aunque llevara esos dos días con Laila. Era una extraña coincidencia que siempre fuese a casa a por lo que necesitara cuando ellos estaban trabajando y la palabra de Laila no tenía credibilidad infinita.
—Tenemos una semana —le dijo a Yosef cuando entró en su casa llevando su maleta.
—Una… ¿semana? —repitió él, al que un golpe de temor le había agarrotado la garganta—. ¿Cómo esperas que lo logremos en una semana?
—Oh, perdona, Yosef. ¿Cuánto estimas que necesitas? ¿Un mes? ¿Un año? ¿Dos? —Yosef agachó la cabeza avergonzado—. En cuanto me lo digas, llamo a los padres de Raina y se lo comento. Seguro que no se preocupan, ni hacen preguntas, ni nada de nada. Faltaría más.
—Perdona, Laila, estoy un poco nervioso.
—Perdóname tú. Yo lo estoy bastante más que un poco.
Aterrada, esa era la palabra, pero no la pronunció en alto no fuera a convertirse en un mal augurio. Bastante tenía ya con saber que sus posibilidades de tener éxito eran mínimas. De salir airosos sin un rasguño, metafórico o literal, tenía más que claro que no había ninguna.
—¿Dónde puedo dejar esto? —le preguntó a Yosef refiriéndose a su maleta.
—Sí, claro, en mi habitación. Te he hecho hueco en mi armario para que coloques tu ropa.
—¿Y dormiré?
—En mi cama, yo lo haré en el sofá —le contestó señalando al tresillo frente al televisor de muchas pulgadas. Laila le miró como si se sintiera culpable por echarle de su habitación—. Es muy cómodo, de verdad, casi tanto como la cama.
—Te creo. Y por eso dormiré yo en él.
—No, no, de eso nada.
—Voy a descansar lo mismo en un sitio que otro, así que elijo el sofá.
—Como quieras.
***
Antes de que el sol iniciara la última parte de su descenso, Raina se fue hacia el Kir Magan. Yosef le esperaba al otro lado de la línea. Se acercó lo suficiente para tener la cobertura necesaria sin que las cámaras de Ir Haorot la captaran. Encendió el teléfono y esperó. Al cabo de unos minutos escuchó una melodía acompañada de una vibración. Sonrió, era la primera vez que recibía un mensaje de sí misma. Yosef usaba su propio móvil para comunicarse con ella.
RAINA
Hola, cómo estás?
YOSEF
Bien. Has hablado con Laila?
RAINA
Soy Laila.
Una conversación extraña con los nombres cambiados. Palabras enviadas a través de la red móvil que viajaban de un lado al otro del muro por primera vez. No tenían mucho tiempo, Raina no podía malgastar la batería, cuando se agotara no tendría forma de cargarla.
RAINA
Tengo una idea. (Yosef)
YOSEF
Qué idea?
RAINA
Mañana haremos nueva ronda por el muro.
Puedo intentar dejarte un cargador solar enterrado.
YOSEF
Dónde?
RAINA
Bajo el primer árbol que Oren marcó.
YOSEF
Y cómo vas a hacerlo sin que te pillen.
RAINA
No sé, pero
Se irá a hacer pis al árbol, como cualquier tío con pene. (Laila)
YOSEF
Jajaja.
RAINA
…
YOSEF
Vaya, qué silencio.
RAINA
Tengo que decirte una cosa.
YOSEF
¿Laila o Yosef?
RAINA
Laila.
Acabar con el muro. Menuda locura, pensó el primer segundo. Durante los siguientes pasó de creer que era una alternativa arriesgada a una posible, hasta acabar convencida de que era la única que tenían.
YOSEF
Cómo lo hacemos?
RAINA
Eso es lo que tendremos que decidir entre los cuatro.
Pero antes necesitaremos ganar tiempo.
YOSEF
Yo me encargo de buscar a Oren.
Vosotros, del tiempo.
Se despidió hasta el día siguiente y apagó el móvil. Hacía tiempo que las estrellas y la luna habían hecho su aparición. Gracias a ellas alcanzó la puerta deseada: la de sus padres. Entre buscar a Oren por su zona de caza o hacerlo en la ciudad, esperándole junto al edificio al que llevaría el resultado de la noche de trabajo, eligió lo segundo. Le fue difícil resistir la tentación de regresar a su mundo natal, al deseo de aprovechar el contratiempo para revivir la infancia, para refrescar la memoria, para reencontrarse con una parte de sí misma.
La puerta de la casa de sus padres mantenía su verde vivo, como si hiciera poco que hubieran vuelto a pintarla. Antes de cruzarla sintió la tentación de buscarlos y espiarlos unos minutos agazapada tras los árboles. La desechó en seguida. Estarían solos los dos y eso acentuaría la pena, la decepción. La puerta no estaba cerrada, recordaba que nunca lo hacían, sabían a ciencia cierta que nadie entraría, todas las casas eran parecidas, todos tenían lo mismo, quién iba a querer fisgarlas o llevarse algo. Nunca se les ocurrió que ella se escaparía por esa puerta sin atrancar aprovechando una distracción de su hermana.
Contuvo el aliento mientras descendía las escaleras. Se le escapó cuando llegó al final. Asombrada al comprobar que lo que seguía allí no había cambiado nada. Dolida al descubrir lo que faltaba, todo lo que hubiera sido suyo o de su hermana.
***
—¿Qué hora es? —preguntó Laila.
—Aún queda media hora.
—¿Todavía?
—Sí, lo siento.
Laila se dejó caer en el sofá, el mismo que se convertiría en su cama. Siempre se había considerado una persona paciente; estaba empezando a dudarlo, a pensar que nunca la habían puesto a prueba como ahora y por eso estaba tan segura de poseer esa cualidad que en realidad no tenía. Cerró los ojos y cogió aire. Solo podía esperar, nada más. Especular con la conversación que tendrían en menos de media hora era inútil, intentar anticipar algo sobre lo que no se tiene control solo servía para perder la calma tan necesaria para tomar decisiones, para ver el conjunto del problema y hallar la solución. Necesitaba encontrar el estado de ánimo en equilibrio, la serenidad. Tal vez si no estuviera acompañada de alguien tan obsesivo del control como Yosef, le resultaría más fácil.
—¿Crees que le habrá encontrado?
Abrió los ojos y le miró. Se había sentado a su lado y no se había dado cuenta.
—¿A tu hermano? —Yosef asintió—. Seguro que sí. Te aseguro que le habrá sobrado medio día para conseguirlo. Bueno, noche. La conozco muy bien, tranquilo.
—Vale.
Quizás su cualidad fuese más bien imbuir paciencia a los demás.
***
Primer nivel: Cazadores y recolectores con sus respectivas zonas de comercio. También los lugares de ocio comunes a todos, donde se suponía que los gremios confraternizarían, limarían asperezas y recordarían que son parte de lo mismo. Un nivel por debajo, los gremios de los diferentes artesanos. Los del metal, de la madera y los otros productos de la tierra. Fundidores, tejedores, alfareros… Alejados de todos ellos, a las afueras y bien separados para que su olor no invadiera al resto, los curtidores. Raina iba recordando, rellenando los huecos de la memoria con lo que veía y escuchaba a medida que caminaba por Taht Alardi. Su mente lógica componía el cuadro completo usando los recuerdos del pasado que aún se mantenían vivos y los difusos que dejaban de estarlo poco a poco gracias a los datos que recopilaba. Mientras Oren cumplía con su jornada de caza, ella caminaba y caminaba.
Al igual que con la casa de sus padres, sintió que la ciudad apenas había cambiado. Salvo por la sensación de que hubiera encogido. Los techos abovedados eran más bajos, las distancias más cortas. Los caminos seguían siendo de tierra. También de tierra eran principalmente las paredes de los edificios, echas de una mezcla que ella no recordaba y que estaba teñida con los tonos de los gremios, por los colores sabías si salías de uno y te adentrabas en otro. Esos muros comenzaban en el suelo y terminaban en el techo de la ciudad, las bóvedas descansaban en ellos, como si solo hubieran excavado surcos por los que caminar, huecos en los que habitar. Algunos de los edificios adornaban con madera o piedras pulidas y blanqueadas el contorno de las ventanas y las puertas, también la parte baja de las paredes como si tuvieran un faldón. Las viviendas tenían entradas más bajas. Las de los talleres o almacenes eran más grandes y dobles para facilitar el tránsito de personas y mercancías. Miró hacia arriba y observó algo que no recordaba: agujeros, tuberías inversas diseñadas para renovar el aire. Estaban colocadas a diferentes distancias, pero siempre cerca de algún muro. Sus ojos se dirigieron al suelo, al final de esos muros, y allí descubrió más sistemas de oxigenación dirigidos a los niveles inferiores.
El primer nivel estaba casi desierto, la mayoría estaba en la superficie trabajando. Los únicos que seguían bajo tierra, esperando los frutos de la recolección y la caza, eran los miembros del consejo de maestros que contabilizaban el resultado de la noche, los supervisores que clasificaban todo y sus ayudantes que se encargaban de almacenar cada género en el lugar que le correspondía. Raina observó a un grupo de personas que charlaba con los que creía serían los maestros, más que nada por su edad. La conversación era entre cordial y tensa, como si no tuvieran más remedio que llevarse bien y no confiaran en absoluto los unos en los otros. Las tres personas que Raina no identificó como maestros, ¿a quiénes le recordaban? Algo estirados, pagados de sí mismos, del gremio, pero sin parecerlo. Astutos y locuaces, sabiéndose importantes, imprescindibles, capaces de hacerte creer que tienen la sartén por el mango, aunque no fuera así. Capaces de parecer que han perdido con el trato, cuando en el fondo es todo lo contrario.
—Mercaderes —oyó decir a alguien que pasaba a su lado, no demasiado alto para que los susodichos no le escucharan. Escupió al suelo tras pronunciar esa palabra—. Caraduras estafadores.
Raina sonrió. A su padre y a su madre tampoco les gustaban los mercaderes. Solía llamarles un mal necesario. Cada gremio tenía sus propios mercaderes. Ellos conseguían los acuerdos con los demás gremios. Fijaban los precios del trueque entre mercancías. Nunca conseguían satisfacer a nadie por completo y todos creían que, en el fondo, solo buscaban su propio beneficio. La sonrisa de cara al mercader y los dientes apretados, los ojos y los oídos bien abiertos cuando te dé la espalda. Algo así también decía su padre.
Descendió un nivel. Contempló cómo se hilaba, cómo del barro surgían vasijas y platos, cómo la madera formaba sillas, cómo los minerales sólidos se volvían líquido para ser moldeados a capricho. Y se detuvo en el límite, al comienzo del lugar donde las pieles acabarían sirviendo para vestirse, para cubrir asientos, para guardar lo que se recolectaba. Su hermana estaba allí, en la ciudad dentro de la ciudad. No recordaba cómo era su cara, no del todo. Tal vez no tuviera el pelo igual, largo y suelto. Ya tendría cerca de treinta, allí el paso del tiempo minaba más que en la ciudad de la superficie, donde existían cremas y cirugía para burlarlo. No sería capaz de reconocerla. Y dio la vuelta. Esperaría a Oren hasta que llevara su caza al almacén de su gremio.
***
—Ya es la hora —dijo Yosef interrumpiendo sus pensamientos.
Laila dejó de mirar por la ventana. Ambos se sentaron en el sofá. Yosef sostenía el móvil de Raina y comenzó a teclear.
RAINA
Raina, estás ahí?
Los dos se quedaron mirando la pantalla, esperando la ansiada respuesta. Cada segundo sin ella caía pesado, inclinando la balanza hacia el lado negativo, el que les aseguraba que Raina no había encontrado ni a Oren ni el cargador que Yosef había escondido bajo el árbol señalado. Así que era posible que el móvil ya no funcionara y hubieran perdido toda comunicación.
—Está tardando mucho—dijo Yosef.
—Tampoco ha pasado tanto y ellos no tienen relojes de precisión como los nuestros.
Cierto. Los minutos que les separaban solo se debían a una sutil diferencia horaria entre los que poseían relojes digitales en dispositivos móviles frente a los que se orientaban con mecanismos más primitivos en un mundo que vivía al revés. Nada más que eso, ¿verdad? Solo un tic tac descompensado.
YOSEF
Hola! Sentimos el retraso.
RAINA
Sentís?
YOSEF
Oren y yo.
Laila miró a Yosef. Este sonreía visiblemente emocionado sin despegar sus ojos de las últimas tres palabras.
—¿Ves? Te lo dije.
—Sí…
—¿Me dejas que…? —le preguntó haciendo amago de coger el teléfono.
—Sí, claro.
Laila escribió su primera pregunta, la que llevaba martirizándola todo el día y toda la noche anterior.
RAINA
Raina, estás bien?
YOSEF
Sí, tranquila.
Y tú?
RAINA
Bueno… preocupada.
YOSEF
Lo sé, pero estoy bien, de verdad.
La segunda, la más importante, no podía demorarse más.
RAINA
Vale, por ahora te creeré.
Toca hablar de cómo vamos a acabar con todo.
Bueno, bueno, bueno, ¡la de cosas que pasan en este! Tenemos algo más de worldbuilding, tensión e intriga y encima se está gestando un plan para destruir el orden establecido. ¡Y además has tardado muy poquito en actualizar esta vez!
En serio, me encanta cómo Laila cada vez va tomando más la iniciativa a pesar de que empezó manteniéndose en segundo plano. Se nota que es la hija predilecta, jejeje. Estoy deseando ver qué se les ocurre a los cuatro.
Ya ves, a veces hasta planifico bien y actualizo con tiempo, jajaja. Sí, se está gestando el plan y nos encaminamos a la recta final. Lo que no sé es cuánto durará esa recta y cómo resolveré los agujeros que me quedan por rellenar. Yo sí que sufro tensión e intriga, jajaja.
Un abrazo, Kate.
Es hora de ir hacia el final. Personalmente no me imagíno que pueda suceder. No encuentro pistas en la narración que me hagan intuir ningún final posible…Eso, al lector, le dá miedo -Pensamos que el autor no sabe a dónde va y que rematará de cualquuier manera- pero con esta historia tengo un pálpito poderoso. No nos cuentas lo que sucede así porque así… creo. Nos estás llevando a dónde tu quieres y eso me tiene muy, muy intrigado. Esperaré destrozandome las uñas.
Cierto, comienza la recta final. Lo que no puedo decir es cuánto va durar, no tengo ni idea, aunque para tú tranquilidad sí sé cómo acabará. Espero no decepcionarte cuando alcance la meta. 😉
Muchas gracias por leer y por el comentario. Me hace mucha ilusión tenerte en vilo. Y también siento la responsabilidad de que, al final, no te comas las uñas en vano. 🙂
Un abrazo, Pater Fantastika.