De relatos: La maldición. Parte veintidós: Madrugada

Fotografía: Ester Valverde.

El despertador sonó horas antes del comienzo del amanecer. Yosef se desperezó haciendo un gran esfuerzo, el cansancio empezaba a acumularse, más por el peso que contenían los últimos días que por no descansar bien. Se les acababa el tiempo, nunca habían tenido el suficiente según él, pero los días pasaban uno tras otro y ya solo quedaban tres.

—Laila —le dijo a su compañera eventual tocándola en el hombro—. Vamos, despierta.

—Voy, cinco minutos.

—Vale, iré preparando el café triple.

Aún somnoliento, con el piloto automático activado, hizo el desayuno para dos. El olor del café acabó atrayendo a Laila que fue medio sonámbula hasta la cocina. Ni una palabra intercambiaron más allá del pásame la mantequilla o la mermelada, sus cerebros no se activaron hasta que la cafeína no empezó a hacer efecto. Lo que sucedió justo después de darse una ducha. Y, entonces, transformaron la cocina en su centro de operaciones. Sentados cada uno frente a su portátil estudiaban, se documentaban, en definitiva, buscaban el camino, el resquicio. Habían decidido dejar de debatir y repartirse el trabajo: Yosef se encargaba de buscar un punto débil en el Kir Magan, Laila una forma de transformar lo que vio en su sueño en una realidad tangible. Destruir el muro e impedir que los habitantes de Ir Haorot encontrasen refugio cuando eso sucediera eran los objetivos. Ya pensarían en los siguientes obstáculos cuando resolvieran los dos primeros.

—Pufff… —bufó Laila dejando caer la cabeza sobre la mesa con los brazos rendidos a los lados—. No entiendo nada de esto.

Fingió llorar para acentuar su queja.

—¿Qué pasa? —le preguntó Yosef.

—Que no consigo retener nada de lo que leo, ni darle un sentido. A los cinco minutos todo es un batiburrillo de teoría y consejos.

Volvió a gemir sin levantar la cabeza.

—Déjame ver, ¿qué no comprendes?

—No, tú tienes que concentrarte en lo tuyo, don experto.

—Venga, déjame, me vendrá bien —le dijo dándole un toque cariñoso en el hombro—. Yo también estoy un poco atascado con esto.

Laila giró la cabeza, para mirarle con ojillos de pena. Yosef sonrió.

—Vale.

—Pues hazme un hueco.

Laila se incorporó y movió su silla a la derecha para que Yosef se colocara a su lado.

—¿Cinco consejos para hacer viral tu aplicación? —leyó en voz alta.

—¿Qué? No me mires así, aún no has leído los consejos, son “superclarificadores”.

—Seguro que sí.

—Ay, esto es una mierda —Laila apoyó la cabeza en el hombro de Yosef—. Al final voy a ser yo la que me instale una nueva aplicación.

—¿Ah, sí? —le preguntó Yosef.

—Sí, una de esas de citas. A este paso será mejor que me vaya buscando una novia nueva.

A Yosef le dio la risa. Y Laila se lamentó sobreactuando de nuevo.

—¿Funcionan?

—No sé. ¿Quieres probar también? —Yosef se encogió de hombros. Laila recuperó la energía y le miró divertida—. Yo te puedo ayudar a encontrar a…

Yosef la miró un instante, medio segundo, en seguida regresó a la pantalla del portátil.

—¿Tu chica ideal? —Yosef intentó ignorarla, pero a Laila le dio igual—. ¿Chico?

—Chica, chica.

Laila sonrió con malicia entrecerrando los ojos, escudriñándole, y él empezó a sentir ese tipo de incomodidad, la que hace que se te enrojezcan las mejillas.

—¿Qué pasa ahora?

—¿Cómo te gustan las chicas, Yosef?

—¿Pero por qué me preguntas eso ahora?

—Porque me interesa, Yosef.

—¿Has olvidado todo lo que tenemos aquí?

—Tengo el cerebro frito.

Yosef se giró y la miró con todo el acopio de valor que encontró en la parte de él que se sentía un poco molesto e invadido. Sí, un poco de enfado le serviría para desviar el tema.

—¿Hace nada estabas echándome la bronca y hoy me vienes con esto?

—Es que me caías mal, Yosef, pero ya te estoy cogiendo cariño.

—¿Qué?

A Laila le dio la risa y Yosef la regañó con la mirada. Había pasado del colorado vergüenza al rojo ofendido.

—Ay, perdona. Estoy demasiado cansada y hoy me he levantado sin optimismo ninguno.

Yosef suspiró.

—¿Seguimos? —le dijo a Laila.

—Sí —respondió ella resignada.

Las lamas de las ventanas se desplegaron y la luz matinal se coló en el piso de Yosef. Era sábado y no le tocaba trabajar, tendrían todo el día de hoy y el de mañana para darse de cabezazos con los datos, los planos y los consejos sencillos de las webs expertas.

—Necesito otro café —dijo Laila dirigiéndose a la cafetera de cápsulas que había en la encimera—. ¿Tú quieres?

—No, gracias.

El sonido del líquido oscuro cayendo en la taza era lo único que se oía. De espaldas a Yosef podía dejar de fingir que no solo era que se había dejado el optimismo entre las sábanas de su sofá cama. La tristeza se apoderó de ella con su clásico nudo en el estómago y la garganta, inundando sus ojos, empañándole la vista. No lo iban a conseguir, no antes de que fuera imposible ocultar la ausencia de Raina más. Podía ver a sus padres morirse de preocupación, buscando en ella las respuestas y teniendo que darles mentiras. ¿Cómo iba a soportarlo? ¿Cómo iba a vivir sin Raina?

—Creo que esto no es tan inútil como crees.

Con rapidez se limpió las lágrimas, respiró hondo varias veces para recuperar la compostura, cogió su café recién hecho y se dirigió hacia Yosef.

—¿Ah, no?

—No.

Se sentó a su lado y tomó un sorbo.

—¿Me lo explicas?

—El concepto es correcto porque es justo lo que necesitamos: una aplicación que se haga viral. Y todos los puntos son lógicos. —Comenzó a enumerar con los dedos— Tiene que ser fácil de usar, que ofrezca incentivos a los usuarios, que recompense traerse amigos, que no parezca invasiva, es decir, que cada cual pueda configurar su privacidad y que les resulte útil o, en su defecto, entretenida.

—Facilísimo, Yosef.

—A ver, lo que no vas a encontrar en ningún sitio es que te digan qué aplicación tienes que crear y que te la den ya hecha.

—Pues no sé por qué no, sería estupendo.

—Estoy hablando en serio.

—Y yo estoy siendo irónica. Cada cual es como es, Yosef, respétalo.

Yosef prefirió ignorar su comentario y siguió con el hilo de pensamiento antes de que se le perdiera entre seriedades e ironías.

—Podría ser un juego, uno sencillo, o tal vez…

De pronto recordó algo, un proyecto que no acabó como esperaba y que intentó a sus dieciocho, y se fue sin terminar la frase hacia su habitación.

—¿Qué pasa? —le preguntó Laila.

Le escuchó trastear en cajones y cajas y, como tardaba, decidió ir a ver qué buscaba.

—Tiene que estar por aquí, estoy seguro.

—¿El qué?

—El código nos puede servir de base —continuó Yosef para sí mismo sin darse cuenta de que estaba allí—. Sí, sí y sí.

Laila siguió observándole, su entusiasmo iba creciendo a medida que lo que fuera iba tomando forma en su cabeza. Ella no entendía nada, pero si le hacía sentirse así tenía que ser muy bueno.

—Quizá esté en casa de mis padres.

—¿Yosef?

Yosef la miró y le dedicó una sonrisa radiante, la del genio que acababa de cantar “eureka”.

—Tengo que irme.

Yosef salió de la habitación con tal decisión que por poco tira a Laila al atravesar el umbral.

—¡Yosef! —le recriminó mientras se agarraba al marco de la puerta para no caerse.

—Ostras, perdona —le contestó ayudándola—. ¿Estás bien?

—Sí.

—Vale, pues en seguida vuelvo.

—Pero… —Laila siguió a Yosef que cogió su abrigo y una bandolera negra—. ¡Yosef!

—Te lo cuento todo cuando vuelva.

—¿Y ya está?

Yosef se puso su abrigo y se colgó la bandolera, cuando estaba a punto de salir por la puerta sin contestar, se dio la vuelta.

—No, tienes razón.

—Menos mal.

Cogió a Laila por los hombros, la giró para que mirara hacia la cocina y hacia allí la guió.

—Cambio de tareas —le dijo sentándola frente a su ordenador—. Tú buscas el punto débil y yo me encargo de la aplicación.

—Pero si eres tú el que sabe a la perfección cómo funciona.

—Por eso mismo yo soy incapaz de encontrarlo. No lo examino con los ojos adecuados, en cambio tú… Tienes la mirada limpia.

—Yosef, te voy a restringir el consumo de cafeína, es por tu bien.

—Escúchame. —Volvió a cogerla de los hombros y a mirarla fijamente—. Tú misma lo dijiste, es un ser vivo artificial. Yo no sé nada de eso, cuando lo miro veo uno de nuestros mayores logros tecnológicos. Querías crear órganos sintéticos, ¿verdad? —Laila asintió—. ¿Cómo llamaste al Kir Magan?

—No lo llamé de ninguna manera, dije que si se podía curar se podía infectar.

—Dijiste que era como nuestra piel cuando, por ejemplo, le hacemos un corte.

—Sí… —Laila comprendió a dónde quería llegar Yosef—. Es una piel gigante que protege a la ciudad de las infecciones y estas solo pueden penetrar por una herida abierta.

—¿Ves? Ya lo tienes. Me voy.

—Pero…

Ni le dio tiempo a replicar, solo a escuchar cómo se cerraba la puerta. Laila miró al portátil de Yosef, a los diagramas y planos que cubrían su pantalla, y le entraron ganas de llorar.

—Necesito más café… Y un cerebro nuevo.

 

***

 

Yosef pulsó varias veces al timbre de la casa de sus padres sin pararse a pensar que a esas horas y un sábado con toda probabilidad les habría pillado durmiendo. Cayó en la cuenta cuando su madre abrió la puerta somnolienta y con la bata a medio atar.

—Yosef… pero…

—Vaya, perdona, mamá, no me he fijado en lo temprano que era.

—¿Estás bien? ¿Ha pasado algo?

—No, estoy bien, estoy bien.

—¿Seguro? Pasa, anda, no te quedes en la puerta.

—Sí, gracias.

Yosef, avergonzado por no haber tenido en cuenta cuál era el mejor momento para hacer su visita, se quedó parado en el recibidor.

—Yosef… —le dijo su madre visiblemente preocupada.

—Estoy bien, de verdad, solo me he despistado con la hora.

—¿Vuelves a tener insomnio?

—No, no, solo he madrugado porque estoy trabajando en un proyecto fuera del trabajo y quería aprovechar el tiempo.

—¿Un proyecto?

Yosef había tenido todo el camino para preparar una buena excusa antes de plantarse en casa de sus padres sin avisar. Por eso fue capaz de responder sin titubear.

—Sí, sí, es algo lúdico que estoy haciendo con una amiga, nada importante.

—¿Una amiga? Qué bien.

Aunque se le escaparon algunos detalles del posible interrogatorio.

—A… ami…—Maldijo para sus adentro el descuido que le había hecho tartamudear. Cogió aire, se tranquilizó y contestó— . Amiga a secas, mamá.

—No he dicho nada, hijo. ¿Y por qué has venido?

—Necesito una cosa que hice hace unos años. No la encuentro en mi casa, así que seguro que está aquí.

—Pues nada, busca, pero no hagas mucho ruido, tu padre sigue dormido.

—Claro.

Yosef se dirigió hacia su antiguo cuarto y, con todo el cuidado del que fue capaz, rebuscó entre las cosas que aún conservaban sus padres, menos mal que nunca tiraban nada sin antes consultarle.

 

***

 

¿Cómo hacerle una herida? ¿Cómo? Una incisión lo suficientemente grande para poder penetrar por ella. Cortar la barrera como a la piel con un cuchillo. Abrirla, romperla, desgarrarla. Laila se repetía todas esas palabras mientras intentaba visualizar el Kir Magan, ese muro impenetrable, como algo vulnerable. En algún lugar estaría el resquicio, la oportunidad. Entre todos aquellos datos, esquemas, fórmulas, diagramas y planos debía estar el modo, el punto débil. Si se concentraba lo suficiente lo encontraría, si solo el Kir Magan ocupaba sus pensamientos no desistiría. Las ideas negativas sobre su incapacidad, la falta de tiempo y de recursos no tendrían cabida y perseveraría. Aprovecharía hasta el último segundo que tuviera y, al menos así, no podría echarse nada en cara a sí misma cuando fracasaran.

Un tajo. Una hendidura. ¿Cómo resquebrajar algo que es flexible y hasta escurridizo? ¿Cómo romperlo si se adapta a los impactos, absorbiendo los golpes y disipando su efecto como si fuese un lago al que acabas de tirarle una piedra? ¿Cómo?

—Esto es imposible —se dijo dejándose caer en el respaldo de la silla.

Miró su móvil. Ya habían pasado dos horas desde que Yosef había salido. ¿Qué narices estaría haciendo? Suspiró. Hacía mucho que no se sentía tan sola, tan abatida. Cuando Raina y Oren contactasen no tendrían nada que ofrecerles, aunque quizás ellos tampoco. En el fondo se preguntaba qué le preocupaba más, que implicar a Tarêq saliese bien o todo lo contrario. Lo cierto era que daría igual si no conseguían vencer al maldito muro. Sin eso, todo lo demás se quedaría en nada.

El móvil de Raina vibró a la vez que emitía unos característicos pitidos. Le costó reaccionar. Miró la hora. Demasiado pronto para que fueran ellos. Aunque quizás… Una nueva vibración y tres notas agudas encadenadas. Quizás contactaban antes de tiempo porque la opción mala resultó ser mucho peor.

Se levantó a toda prisa, directa hacia el teléfono.

 

***

 

Yosef entró en su propia casa como si fuera un intruso poco cuidadoso y nada sigiloso cargado con varias bolsas de compra. Laila salió a su encuentro en cuanto oyó la puerta.

—Has tardado una eternidad.

—Sí, lo siento.

—¿Has ido al centro comercial? —le preguntó Laila entre el pasmo y el reproche al ver todo lo que llevaba.

Él se fue directo a la cocina sin contestarle, dejó las bolsas sobre la mesa, se sentó frente a su portátil y conectó un USB.

—Yosef, ¿me vas a decir qué haces?

—Bien, bien, bien —dijo para sí mismo como si fuera un tic nervioso.

—Tengo que contarte algo. Raina me ha escrito…

—Solo me interesa ver tu código. —Yosef seguía a lo suyo, concentrado en una única cosa, sin atender a nada de lo que ella decía—. Lo cree hace años con un programa que ya no tengo.  A ver si puedo visualizarlo con un procesador de textos.

Laila esperó paciente, ahorrándose el esfuerzo que supondría conseguir su atención.

—¡Sí! —gritó Yosef alzando los brazos.

—¿Ya?

—Sí —le contestó poniéndose de pie y cogiéndola por ambos brazos, agitándola con cada sí que encadenaba—, sí, sí y sí. Laila, Laila, Laila.

—Yosef, Yosef, Yosef. Me vas a descoyuntar.

—Perdona —le dijo soltándola—, perdona, perdona, perdona.

—Te perdono si me lo explicas.

—Claro.

—Para que yo lo entienda.

Yosef sonrió y asintió.

—No necesitamos crear ninguna aplicación. —La cara de Laila se volvió un interrogante gigante—. No exactamente. Solo tiene que tener la apariencia de un mensaje o de esa publicidad tan molesta que a veces aparece sin más en nuestras pantallas.

—¿Cómo los mensajes institucionales que nos recuerdan las normas de seguridad hasta la saciedad?

—¡Sí! Qué idea tan buena.

—¿Ah, sí?

Un señuelo, algo en apariencia inofensivo que serviría para colarse en todos y cada uno de los dispositivos electrónicos de la ciudad, eso es lo que necesitaban.

—Parecerá un simple mensaje informativo, como tú has dicho, con dos opciones, aceptar o descartar. Y dará igual qué elijan, en cuanto pulsen, el programa se activará de forma oculta, accederá a todos los contactos y se reenviará a todos y cada uno de ellos. Y vuelta a empezar. Imagina en cuantos dispositivos estaría en tan solo unos minutos.

—Vale, ¿y cómo…?

—Ya sé lo que te preguntas.

—¿En serio?

Yosef no entendió la ironía de las palabras de Laila, su mente estaba en ebullición, incapaz de procesar nada que llegara del exterior.

—¿Dónde está tu móvil?

—En el salón.

—Tráemelo.

Laila prefirió obedecerle sin más, ahorrando saliva y energía, estaba claro que Yosef no se calmaría hasta que no llegara al final.

—Toma.

—Esta será la puerta de entrada. ¿Cuántos contactos tienes? —Laila abrió la boca para contestarle, pero él ya se había puesto a rebuscar en su agenda—. Vaya, son un montón.

—Depende de con quién lo compares.

Yosef, esta vez sí, cogió a la primera el doble sentido y miró con fastidio a Laila.

—Me lo has dejado en bandeja, Yosef.

—Y no has podido resistirte, ¿verdad? —Laila negó con la cabeza—. Bueno, da igual. ¿Lo has entendido?

—Sí, mi móvil será el paciente cero.

—Exacto.

—Vale, y todas esas bolsas, ¿qué son?

—Son para recrear el experimento a pequeña escala.

Yosef sacó varios móviles de prepago, altavoces, lámparas y otros dispositivos con conexión wifi y todo lo necesario para crear una intranet dentro de su piso. Una microciudad informatizada hasta el extremo, igual que Ir Haorot. Laila le observó ponerse manos a la obra y sintió en el alma tener que romper su concentración.

—Yosef. —Necesitaba algo más que llamarle para que le hiciera caso. Así que detuvo su frenético movimiento de manos con las suyas—. Yosef.

—¿Qué?

—Raina me ha escrito.

—Pero si aún no es la hora.

—Lo sé, pero era importante. —Yosef la miró expectante—. Su parte del plan ya está en marcha.

—Bien. Sí, eso está bien —contestó volviendo a su nueva tarea.

—No si nosotros no logramos la nuestra.

—Podemos lograrlo, podemos —dijo sin mirarla—. Aún hay tiempo.

—Ya.

Una melodía corta desvió su atención. Provenía del móvil de Raina. Yosef y Laila se miraron extrañados.

—Iré a ver —dijo Laila—, tú sigue con tu mecano electrónico.

Un archivo de vídeo, eso se encontró en cuanto desbloqueó la pantalla. No era demasiado largo para que pudiera llegar de un lado del muro al otro, aunque hubiera que esperar horas sentada mirando cómo avanzaba muy poco a poco el porcentaje de envío. Una pequeña grabación que empezaba con un “Hola, Laila” y que la hizo llorar, pero también recuperar un poco de esperanza.

—Hola, Raina.

 

Continuar a «Parte veintitrés: Galicinio»

4 Comentarios Agrega el tuyo

  1. katelynnon dice:

    Llego un poco tarde, pero lo bueno es que así no tendré que esperar mucho al siguiente. ¡Cómo mola la idea del «virus» informático! Mejor que lo de los testigos de Jehová, jajajaja. Aunque lástima que al final vayan a disfrazarlo de mensaje institucional y no de juego. Habría sido divertido derrocar un régimen con el Candy Crush.
    Ah, y me encanta el humor de Laila.

    1. Ay, qué buena idea, ¿por qué no se me habrá ocurrido…? Quiero decir, ¿cómo no se le ha ocurrido a Yosef?. El Candy Crush, por favor, que me muero de la risa. A lo mejor tiene cabida en una futura revisión y reedición, jijiji.

      Dale una oportunidad a los testigos, ten fe, aún no ha llegado su momento. Aunque bueno, puedes ser sincera, si algo no te gusta o te resulta meh, dímelo con total confianza. Toda crítica es bienvenida, de verdad, me seguirás cayendo bien. 😛

      1. katelynnon dice:

        No, no era una crítica, solo decía que me parecía más ingenioso el plan de estos dos. Quizás porque me gustan más las manipulaciones sutiles.

      2. No me lo había tomado como tal, ni tampoco mal ni nada, solo quería decir que si en algún momento la quieres hacer, hazla.

        Manipulaciones sutiles… Sí, te pega. 😉

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