De gripes y de salir un poco del paso

Fotografía: Ester Valverde

Para hoy jueves tenía previsto actualizar con tres recomendaciones literarias que me hacían especial ilusión, pero a mi casa que ya de por sí está abarrotada decidió venirse a vivir el virus de la gripe. Dijo que iba a ser temporal y ya lleva instalado una semana, y por lo cómodo que se le ve no da la sensación de que se mude a su propia casa en breve. La citada actualización se ha quedado a medio hacer y yo, que sigo en pijama a estas horas de la tarde, puedo escribir estas líneas a toda prisa para justificarme gracias a la colaboración de mi señora esposa, que me ha puesto el portátil sobre las piernas, y que los mellizos, el blanco predilecto del señor virus, a mí me tocó de refilón, duermen a mi lado, Carmen a la derecha con una mano en mi tripa, Óliver a la izquierda con una mano también en mi tripa. Yo no me puedo mover mucho, porque el virus, al parecer, viene acompañado de un miedo agudo a que les abandone, que eso de irse a hacer pis les suena a me piro y ahí os dejo, así que tecleo con los codos pegados al cuerpo y se me están empezando a dormir los dedos de la mano izquierda.

Oh, mierda, se están despertando. ¡Rápido, rápido!, antes de que empiecen los llantos y los no sé lo que quiero. Pobrecitos, qué ojitos, qué caritas de pena. Bueno, no me queda otra, voy a tirar otra vez de archivo.

A este relato le tengo mucho cariño, fue el primero que me publicaron en la tristemente desaparecida «Revista Argonautas», y creo que con pocas palabras cuenta mucho. Nos vemos en dos semanas, espero que ya sin virus ni bacterias ni un mísero catarro, por favor. Dentro relato:

 

Fotografía: Ester Valverde

«M.E.M. PROYECT»

 

La primera vez que le sucedió, no le dio importancia. ¿Quién no se olvida alguna vez de dónde ha dejado las llaves o se deja un fogón encendido porque está pensado en otra cosa? Empezó a preocuparse cuando dejó al pequeño Teo atado al árbol que hay a la entrada de la tienda del barrio. Se dio cuenta cuando fue a llenar su cuenco, dos horas después. Aún no había cumplido los sesenta y los recuerdos se le escapaban como el agua se escurre de las manos, ¿quién se lo iba a decir? Un día salía a la calle con las zapatillas puestas y al siguiente no sabía cómo volver a casa. Mientras su mente solo perdía acontecimientos cercanos pudo hacer la vista gorda, pero cuando el olvido alcanzó a los primeros valiosos supo que había llegado la hora de tomar cartas en el asunto. No estaba dispuesta a que su vida se esfumara así, como un mísero azucarillo. Su historia era su bien más preciado.

—Buenos días, señora García. ¿Qué tal se encuentra?

El doctor era joven y su sonrisa lucía dos hoyuelos que consiguieron relajarla. No le gustaban los hospitales, aunque aquel lugar no lo fuera exactamente, su experiencia le decía que nunca salías igual que entrabas. Si es que salías, claro.

—Bien, gracias.

—Tiene cincuenta y siete años, sin antecedentes familiares… —El doctor miraba la carpeta que contenía todos sus datos mientras apoyaba la barbilla en una mano. Por un momento imaginó que se refería a otra persona —. Su caso no es muy habitual, lo que, sintiéndolo mucho por usted, para nuestro estudio es muy bueno. Por cierto, ¿cómo se enteró de él?

—Encontré un panfleto en la sala de espera de la asociación.

—Ah, ¿no se lo mencionaron ellos?

—No.

—Vaya… En fin, pasaré a explicarle en qué consiste el procedimiento. Parece sencillo a priori pero, como todo, tienes sus complicaciones. Primero nos aseguraremos de que su cuerpo está en plenas condiciones. Análisis completo, electrocardiograma… Tenga, aquí viene especificado todo —dijo entregándole un folio —. Le haremos un escáner cerebral antes y después del tratamiento para evaluar sus efectos…

El médico hablaba y hablaba mientras ella miraba el papel que le había entregado: un montón de palabras que sabía olvidaría antes de salir por la puerta incluso si su cerebro funcionase como era debido.

—¿Señora García?

—¿Sí? —dijo levantando la vista del folio.

—Le estaba diciendo si tenía alguna pregunta.

—Sí, creo que sí.

—Dígame.

—¿Los guardarán todos?

—Los que consigamos recuperar, sí.

—Verá, algunos son un poco íntimos, ya me entiende.

—No se preocupe señora García, nuestro único interés es la ciencia, no juzgar la vida de los demás.

—Ya imagino pero, ¿si yo no quisiera conservar algunos?

—Creo que sé a dónde quiere llegar, pero no podemos hacer eso, comprometería los resultados de una futura fase de reimplantación. Que, por otra parte, es el fin máximo de este proyecto.

—¿Y si me sucediera algo antes de esa segunda fase?

—En principio, según el protocolo, serían destruidos.

—¿Así sin más?

—Bueno, en vista de que no es la única paciente a la que ese tema le preocupa, estamos empezando a contemplar otras alternativas.

Un brillo de esperanza asomó a sus ojos y el doctor, al verlo, no pudo hacer otra cosa que abrir un cajón y sacar un papel.

—Bien, señora García —dijo sosteniendo un bolígrafo en su mano derecha —, ¿a quién desea dejarle sus recuerdos?

4 Comentarios Agrega el tuyo

  1. marta catala dice:

    Muy chulo. Feliz y pronta recuperación!!

  2. Maribel dice:

    👏👏👏 🤗

  3. Maribel dice:

    👏👏👏

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