A-HA

Ilustracion A-HA para blog
Ilustración: Belén Awad-Ratib Gómez

Era rápida, más que cualquiera de las niñas de mi edad y la mayoría de los niños que conocía. Así que corrí y corrí, todo lo deprisa que podían mis piernas, sin mirar atrás, sin escuchar quién me llamaba, sin querer saber si me seguían.

Sucedió al final del verano, cuando la mayoría de los turistas que llenaban el pueblo donde vivían mis abuelos ya se habían ido, y poco antes de mi decimotercero cumpleaños. Yo no sabía qué era la muerte, así que cuando la encontré pensaba que estaba dormida. Después todo se llenó de policías, periodistas, curiosos… que mi abuela echaba a bastonazos de la puerta de casa. Todos querían conocerme, saber qué había visto. Yo solo quería olvidar.

Una famosa escritora, venida de Japón ni más ni menos, asesinada en aquel pequeño pueblo de montaña. Cosas tan horribles no sucedían allí desde que terminó la guerra. Así que todos tenían su teoría, su culpable y su motivo. Era de lo único que se hablaba, de la pobre mujer y de la pobre niña que la vio muerta. Llegaron admiradores de todas las partes del mundo y la casa donde ella había pasado el verano se llenó de flores, postales y velas. La persona que estaba en boca de todo el mundo no se parecía en nada a la que yo conocí una mañana que salí a pasear por el monte, sentada en una silla, escribiendo en un cuaderno de tapas estampadas bajo la sombra de un castaño.

La única amiga que había hecho en todas las vacaciones era una mujer mayor de ojos achinados que desaparecían cuando se reía y que hablaba muy raro. Cada mañana acudía a su encuentro para que me contara fábulas de lugares que no existían y personajes fantásticos que jamás podría conocer salvo en mi imaginación. Por cada historia yo tenía que responder a cambio a una pregunta que, la mayoría de las veces,  me resultaba extraña. Hubo una que no supe responder, el nombre del grupo que adornaba mi camiseta, que había sido de mi tía y me quedaba grande, al igual que los playeros, que tampoco eran de mi número, pero que a mí me encantaban. Pregunté sin éxito a todo aquel con el que no me daba vergüenza hablar, mis abuelos, mis padres y el dueño de la tienda del pueblo, no era gran cosa. Tristemente admití mi derrota y, para mi sorpresa, ella me obsequió con el libro que contenía todas aquellas historias que me contaba y decenas más. Podía quedármelo hasta el final del  verano.

Pasé mi última semana en el pueblo aferrada a aquel libro, sin apenas salir de mi habitación, menos aún de la casa, porque a todas horas había alguien fuera, esperándome. Les veía por la ventana intentando hacerme fotos, llamándome para que me asomara. Permanecí allí, escondida, leyendo una y otra vez el libro que mi amiga me había prestado y que ya no podría devolverle. Mis padres decidieron regresar antes de lo habitual, así que ese año no celebré mi cumpleaños en el pueblo. Con los ojos llorosos hice mi maleta y en ella guardé el libro, que había dejado para el final, cuando mi padre entró en la habitación y me dijo que tenía visita. Ante mi negativa añadió un “especial” a la frase.

En el patio de la casa, frente a la puerta principal, esperaban dos hombres, me llamó la atención el más bajito, tenía sus mismos ojos pero más tristes. Lo que él me decía lo repetía quien le acompañaba para que yo lo entendiera. Entonces supe qué hacer.

Era rápida, más que cualquiera de las niñas de mi edad y la mayoría de los niños que conocía. Así que corrí y corrí, todo lo deprisa que podían mis piernas, sin mirar atrás, sin escuchar quién me llamaba, sin querer saber si me seguían. Antes de que mi madre consiguiera alcanzarme yo ya estaba de vuelta con lo que no era mío en las manos.

A aquel hombre sumamente triste le devolví el libro que era de mi amiga, que era de su mujer. A cambio conseguí una leve sonrisa y un cuaderno de tapas estampadas. En él se podía leer la aventura inacabada de una niña que vestía vieja camiseta de “A-Ha” y desgastadas “Converse” blancas, dos tallas más grandes.

Verano del 93. Cómo olvidarlo.

10 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Me cagüen… Este fue uno de los primeros que me leí en la participación del segundo taller de escritura, pero no lo relacioné contigo… hasta que lo he vuelto a ver esta mañana. Recuerdo que lo primero que pensé fue que qué tendría que ver A-ha con la historia del asesinato de la escritora japonesa. El resultado, para variar, me dejó muy satisfecho. Tienes mucho lirismo a la hora de escribir; no sé si eliges las palabras adecuadas o simplemente dejas que fluyan, pero tus historias tienen una fuerte personalidad. No cambies.

    ¡Un abrazo muy grande y nos leemos!

    1. Muchas gracias Pedro, me acabas de sacar los colores. 😀

      No sé cómo crearás tus historias, normalmente primero me las imagino, a veces un final, a veces un principio… aunque hay otras que solo se me viene a la cabeza una frase que por supuesto me empeño en usar, jajaja. Supongo que al final es un poco dejar que fluyan las palabras y después elegir las que te suenen mejor. A mí me pasa, no sé si a ti también, que a veces no me siento cómoda con el estilo o, como tu dices, creo que las palabras no son las adecuadas, y entonces tengo que reescribirlo todo otra vez. Imagino que es normal, sobre todo cuando estás aprendiendo.

      Un abrazo y por supuesto que nos leemos. 😉

  2. Maese dice:

    Este, sin duda, es el relato que más me gusta. ¿Para cuando uno nuevo? 😛

    Mua!!

    1. ¿Uno nuevo como éste? ¿U otro cualquiera? 😛

      Gracias Maese, muchos, muchos besos.

  3. Candela dice:

    ¡Qué bonito! Me ha gustado mucho ese final tan reflexivo y que al fin obtuviera su respuesta. Una forma muy bonita de hilar una historia, además… las converse les suma puntos 😛

    ¡Un abrazo!

    1. Muchas gracias, Candela, me alegra un montón que te guste. 😀
      Las converse son geniales, sí, jejeje.

      Un abrazo.

  4. Pablo Blanco dice:

    ¡Vaya! Me ha encantado el relato. Enhorabuena.

    Una de las cosas que me pasa con los relatos que escribo para Literautas es que cuando enseño un relato siento la necesidad de justificarlo avisando de las premisas que debía cumplir. Como si el texto no tuviera valor por sí mismo, sin tener en cuenta el contexto en el que fue escrito. Con este relato has conseguido que me olvide de que debías incluir a una escritora japonesa muerta en un pueblo de montaña. Es un relato con personalidad propia, con autonomía. No necesita ser justificado. Tiene valor por sí mismo.

    Además, tal y como ya te han dicho, está escrito con mucho lirismo. Me encanta la inocencia que transmite la protagonista. Me encanta cómo recupera el inicio del texto en la parte final. Me encanta como se cierran detalles que se abren a lo largo del relato.

    Enhorabuena porque es un trabajo redondo. Un gran relato 🙂

    1. Muchas gracias Pablo.
      La verdad es que cuando empecé este blog dudaba si poner esas premisas o no, pero nosotros cuando leemos un libro o un relato nunca sabemos de dónde partió el autor y así es como se juzga mejor. Creo que si contara las premisas daría pistas y no podría saber si lo que he escrito se llega a entender, si realmente he conseguido trasmitir lo que quería. No sé si me explico.

      Gracias de nuevo por tu comentario, me ha puesto una sonrisa en la cara. 😀

      Saludos y nos leemos.

  5. Ivena Sansko dice:

    Qué lindo escribes, escritora. Me haces emocionar ❤

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