Distrito Z

 

Ilustración: Diego Reimóndez
Ilustración: Diego Reimóndez

Allí donde reina el caos, si sabes observar, hallarás diminutos duendecillos burlones. Son escurridizos como lagartijas, amantes de la anarquía y el descontrol, de los desastres en cadena, apenas medio palmo capaz de inimaginables catástrofes. Afortunadamente también existen brujas del orden encargadas de restaurar el equilibrio. Y eso intentaban, sin éxito, las dos del distrito Z barra 537 barra «miraquetelotengodicho» barra 6. Vamos, lo que viene siendo el aeropuerto.El ambiente navideño que desprendía el hilo musical contrastaba con los mensajes de cancelaciones y retrasos de la megafonía. El grupo de gente que exigía explicaciones se convertía en una masa enfurecida ante las sobrepasadas recepcionistas de la Terminal.

—Señor, por favor, cuando sepamos algo… No, no señora… Sentimos las molestias ocasionadas pero… Si hablan todos a la vez… ¡Hagan el favor de mantener la calma!

Y es que la gente tiene muy poca paciencia cuando se trata de sus vacaciones, sobre todo tras horas de espera.

—Malditos duendecillos sin conciencia —dijo una de las brujas del distrito Z, la más alta de ellas para ser preciso,mientras rebuscaba entre las papeleras —. Cuando os pille os vais a enterar de lo que vale un peine.

Contrariamente a lo que se piensa una de las mayores habilidades que posee una bruja no es la magia, no, sino su habilidad para el camuflaje. Podría parecer raro ver a una de ellas mirando en la basura, o escrutando a todos y cada uno de los pasajeros descontentos, pero en cambio si lo hace una monja perfectamente ataviada…

—¿Desea algo hermana? —dijo un hombre visiblemente molesto de que le hurgasen en los bolsillos.

—Usted no va mucho a misa, ¿no?

Tampoco son mujeres septuagenarias encorvadas y con una verruga en la nariz porque, pudiendo elegir, ¿quién quiere ser vieja? Mejor joven y lozana. La edad media, entre treinta y cuarenta, tuvo que ser decidida formalmente decenios atrás y en un congreso internacional porque era un despiporre.

—El refajo este me está matando —le dijo la bruja alta a la bajita.

—¿Refajo? ¿Las monjas usan eso?

—¿Qué demonios llevas entonces bajo el hábito?

—Unas bragas monísimas que estaban de oferta, ¿quieres verlas?

—¿`Tas tonta? –sacando una moneda —. Cara o cruz. La que pierda mira en los baños de tíos.

Como siempre perdió la de estatura un poco por debajo de la media.

—¡Porras!

—Hale, en marcha. Yo investigaré por el hangar, he oído que un avión se ha evaporado como por arte de magia mientras encontraban al piloto tirado en medio de la pista completamente pedo.

—¿Por qué siempre te toca lo más emocionante?

Diego se había acomodado en uno de los bancos de la Terminal. Minuciosamente había juntado sus maletas y bolsas intentado que su improvisado catre fuese lo más acogedor posible. Fue el único que ni maldijo ni vociferó, el único que, recostado, puso sus pies en alto dispuesto a resolver otro más de los mil y un sudokus que sostenía en su mano. Se podría pensar que era un hombre con los nervios de acero, poseedor del temple necesario para enfrentarse a cualquier situación extrema, la clase de tipo que querrías a tu lado cuando estuvieras en peligro. La realidad pocas veces tiene tanto glamour. Diego, estudiante Erasmus, veintitantos, había contemplado sin pestañear como su sencillo trasbordo se convertía en estancia de una noche, porque no era ni de lejos lo peor que le había pasado en su corta pero intensa vida. Si algo podía salir mal, saldría peor.

Claro que otra cosa bien distinta era ir al servicio y encontrarse una monja, no demasiado alta, abriendo una por una las puertas de los distintos retretes.

—Disculpe joven —le dijo educadamente —. ¿No habrá visto usted…?

La monja se quedó de piedra mirando algo que debía estar exactamente encima de su cabeza, sólo esperaba que no fuera un insecto gigante como la última vez.

—¡Uy! —dijo la monja antes de salir disparada. Diego dudó un instante si no sería buena idea hacer lo mismo.

La bruja más alta buscaba, desafiando a la muerte y al frío, por las pistas donde transitaban, despegaban y aterrizaban los aviones. Afortunadamente no eran muchos, por no decir que ninguno, los duendecillos sabían perfectamente como hacer su trabajo, no como otras…

—¡Eh! ¡Qué te he oído!

Sofocada y acalorada por la carrera, la bruja más baja alcanzó a la alta.

—No…— jadeaba —. Son… —jadeaba mucho —. Duendecillos… Ains, qué sofoco.

—¿Qué chorradas estás diciendo?

—Lo que oyes… —cogió aire —. Que no han sido duendecillos.

—¿Has vuelto a abusar de la cafeína?

—¿Quieres escucharme por una vez? Si te digo que no son duendecillos, es que no son duendecillos.

—Los Reyes Magos, no te digo.

La bruja de liviana estatura llevó a la otra a regañadientes frente a la raíz del problema. Diego, intentando zafarse del amasijo de bultos en los que se había convertido su equipaje, golpeaba sin querer el vaso de café ardiendo de un hombre de mediana edad, hombre que se levantó como un resorte al sentir arder su entrepierna y que tropezó con un niño al que se le cayó la pelota, que rodó y rodó como si fuera teledirigida y que pisó la mujer de la limpieza lanzando la fregona al aire, fregona que aterrizó en el ojo derecho del guardia de seguridad que salió corriendo despavorido mientras gritaba que se había quedado ciego.

—¡Qué demonios! —dijo la bruja espigada —. Había oído hablar de ellos pero… De ninguno capaz de causar semejante desbarajuste.

—¿A qué es alucinante? Con esto nos ganamos el ascenso.

—Menudo karma de mierda que tiene el pobre.

—¡Sííí! Es el rey de los gafes. Lo que tenemos que hacer es llevárnoslo lejos y todo volverá a la normalidad.

—Pero tiene que venir voluntariamente, imagina la que armaría si se pone nervioso. Necesito pensar… ¿Dónde hay chocolate?

Muchos minutos después…

—Repasemos el plan —dijo la bruja de elevada estatura.

—Hola, somos Sor Milagros y Sor Teresa. No podemos dejar que un muchacho como tú pase aquí la víspera de Nochebuena. No se hable más, te vienes con nosotras al convento.

—Bien, es perfecto.

Ambas esbozaron una amplia sonrisa y se frotaron las manos mientras se encaminaban a lo que sin duda alguna sería su billete para el distrito T barra 001 barra «estasbragasnosondeoferta» barra 2. Vamos, lo que va siendo el nuevo centro comercial.

2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Sergio Mesa dice:

    y ya? … no nos puedes dejar así!! xD
    yo quiero saber cómo le sacan todo ese mal karma de encima y si ganan o no el ascenso
    el relato tiene chispa y engancha… ¿para cuándo la continuación?

    un abrazo,
    Sergio Mesa / forvetor
    http://miesquinadelring.com/

    1. Pues me temo que no habrá continuación, nunca me la he planteado, aunque está muy bien que te haya dejado con ganas de más. 😉
      Gracias por pasarte y comentar.
      Un abrazo.

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