La palabra «solsticio» viene del latín solstitium (sol sistere) y significa «sol quieto», porque por estas fechas y durante varios días la altura máxima al mediodía del sol no cambia, dando la sensación de que no se mueve, de que se ha quedado quieto. Tenemos el solsticio de verano y el de invierno, dos períodos del año que hemos asociado desde hace siglos con lo espiritual, con la magia, con los rituales ancestrales. Tan poderosos son estos dos puntos de inflexión que a la religión católica no le quedó otra que adaptar sus creencias para acogerlos. El solsticio de invierno se convirtió en la navidad y el de verano en la noche de San Juan.

En su octavo número la Revista Argonautas transita por un variado número de solsticios literarios. Y siendo yo una persona a la que le encanta la mística, lo oculto y los ritos paganos, no he querido perder la oportunidad (una vez más) de navegar en esta singular y apasionante embarcación. Esta vez llevando bajo el brazo un relato salpicado de fantasía: «Sol sistere» (como no). Felizmente acompañado de esta estupenda ilustración de Andrea Losantos:

Así que ya sabéis, contra el calor: terracita, algo fresquito y una buena lectura de la mano de la Revista Argonautas. 😉