De reposiciones navideñas: A medida

Fotografía: Ester Valverde

Una ráfaga de aire caliente le dio en la cara nada más cruzar la puerta de la tienda y se apresuró a quitarse el gorro, la bufanda y los guantes, y a desabrocharse el abrigo. Nunca entendería por qué ponían la calefacción tan alta, como si eso fuese a hacer que la gente comprara más en vez de cogerse un buen resfriado gracias al contraste entre los cuatro bajo cero de la calle y los veintiocho de las tiendas. En fin, de nada serviría quejarse, al menos hoy no. En plena campaña navideña lo mejor era realizar tus compras lo más temprano posible, antes de que el resto de mortales se hubiera levantado de la cama siquiera, y lo más rápido posible, antes de que a esos mismos mortales les diese tiempo a llegar a las tiendas. Más que a asarse para después congelarse, odiaba las aglomeraciones.

En la tienda apenas había un par más de clientes madrugadores, así que los dependientes aún mostraban caras relajadas y pacientes, expresión que se desvanecería sin remedio en unas tres horas. Se acercó a una de las muchas mesas altas que se disponían paralelas en el local. Eran sencillas, solo tablones y patas, nada de cajones, de madera de pino, y sobre ellas se disponían varias pantallas táctiles de quince pulgadas separadas entre sí lo suficiente para que los clientes tuvieran cierta intimidad. La iluminación de la tienda era blanca, limpia, llenándola de luz pero sin resultar molesta, al igual que el suave hilo musical. Y, sin apenas decoración, el logo de la tienda en la pared del fondo daba la impresión de ser mucho más grande de lo que era. Todo estaba dispuesto para que los clientes ojeasen el amplio catálogo de productos tranquilamente, mientras los dependientes decidían cuándo era el mejor momento para acercarse a ellos, algo que, al no tener un mostrador donde parapetarse, no tardaba mucho en suceder.

Se sentó en un taburete y tocó la pantalla allí donde se podía leer: «Pulse para comenzar». Después se quedó unos segundos desconcertada ante la aplicación que apareció en pantalla.

—Buenos días, señorita, ¿en qué puedo ayudarle? —le dijo uno de los dependientes que debía rondar los sesenta y tenía aspecto de mayordomo inglés.

—Buenos días, solo estaba echando un vistazo.

—Muy bien, si necesita cualquier cosa estaré por aquí.

—Gracias… Bueno, quizá sí pueda ayudarme. —El dependiente dio media vuelta, apenas se había alejado un par de pasos.

—Usted dirá, ¿qué estaba buscando exactamente?

—Pues verá, ¿cómo se lo explico? La semana que viene tengo una entrevista de trabajo y quería algo que me ayudase a disimular los nervios, a parecer más segura de mí misma, ya me entiende. Necesito una apariencia que diga: es justo lo que estamos buscando. No sé si me comprende.

—Tenemos una amplia gama de productos orientados al empleo. Si me dice el puesto al que aspira y el tipo de empresa, podría reducir la búsqueda y ofrecerle uno que se ajuste mejor a sus necesidades.

—Sí, claro, tiene lógica. Sería para agente de promoción y comercialización de servicios financieros en el «House Water Wach Cooper Bank».

—Una empresa no demasiado progresista, aunque tampoco la podemos llamar conservadora. He leído recientemente que buscan algo más de paridad entre sus empleados.

—Sí, por eso mismo me decidí a presentarme.

—Bien, necesitará algo más que trasmitir seguridad. —El dependiente comenzó a mover sus dedos a toda velocidad sobre la pantalla táctil, mientras ella contemplaba como se abrían menús y submenús a cada pestañeo —. Esta gama está especialmente diseñada para empresas de su perfil. Empezaremos por las más económicas, ¿le parece bien?

—Sí, sí…

—La primera, además de seguridad, añade competitividad, atención al público y capacidad de trabajo bajo presión.

—No está mal.

—No para ser de gama baja, pero si la comparamos con esta otra de gama media… —El dependiente arrastró su dedo índice de derecha a izquierda por la pantalla varias veces —. Seguridad, competitividad, atención al público, rápida resolución de problemas bajo presión, alta responsabilidad, capacidad de trabajo en equipo sin detrimento de un alto liderazgo…

—Vaya, no me imagino lo que puede tener una de alta gama.

—Lo mismo pero con un doscientos por ciento más de eficiencia, es más resistente, garantía de dos años e incorpora de serie el factor X.

—¿Factor X?

—Sí, es ese no se qué que tienen todas las personas de éxito, algunos lo llaman carisma, otros don natural…

—¿Pero si es un don natural cómo me lo va a proporcionar una…?

—Porque no deja de ser una mera percepción de aquel que observa. La impresión que causamos en los demás no deja de ser, en la mayoría de las ocasiones, una imagen que se crea en el cerebro y que tiene un poco de realidad y un mucho de prejuicios y expectativas.

—Ya, pero aún así, no todos tenemos las mismas ideas preconcebidas.

—No, por eso tenemos productos específicos para diferentes necesidades y situaciones.

—Ya veo… ¿y qué precio tiene la del factor X?

—Puede verlo aquí, bajo el producto.

—Madre mía, se sale con mucho de mi presupuesto.

—¿Y qué le parece el coste de este de gama media? —El dependiente volvió a mover sus hábiles dedos por la pantalla hasta mostrar la imagen deseada.

—De precio mejor, no es que sea demasiado económico aunque sí bastante asequible…

—¿Pero?

—No es que haya un pero exactamente…

—Dígame.

—Es que eso del factor X suena muy bien y yo realmente deseo ese trabajo, no tienen algún tipo de descuento.

—Ese era el precio especial de navidad.

—Vaya.

—Puede pagarla en cómodos plazos sin intereses.

—Aún así.

—Piense que podrá hacerlo con el sueldo de su nuevo trabajo. No es por echarnos flores, pero tienen casi un 95% de eficacia. No encontrará nada que le garantice tanto.

—Ya, pero existe un 5% de fracaso y con la suerte que tengo…

El dependiente la miró fijamente y en su mirada creyó leer: Señorita, no necesita un factor X, necesita uno XXL.

—Creo que puedo tener algo perfecto para usted, déjeme mirar en el almacén. No se mueva, en seguida vuelvo.

Observó al dependiente alejarse y miró su reloj de pulsera. Aún era pronto, no había necesidad de preocuparse por la marabunta de personas que siempre dejaban sus compras navideñas para última hora. A su izquierda había un hombre, más que probable cuarentón, hablando vehemente con otro dependiente, veinteañero, que tenía que concentrarse tanto en sus explicaciones como en no recibir un manotazo involuntario de sus grandilocuentes gestos.

—… intenta imaginártelo: suegros metomentodos, cuñados que todo lo saben, sobrinos sobre excitados corriendo por todas partes, con suerte, solo hasta las dos de la mañana. Y tú intentando, no solo mantener la compostura, sino una expresión permanente de «qué bien me lo estoy pasando aquí todos en familia» bajo la inquisitiva mirada de tu mujer. Ni una mueca, ponte en situación, no me puedo permitir ni una mueca.

—Como ya le he dicho, señor, esta es especial para citas familiares extremas…

—No, no, no… Necesito algo más, esta es igual a la compré el año pasado —El hombre golpeó la pantalla con todos los dedos de la mano y por poco la arranca de su soporte — y apenas resistió hasta las uvas. La entrada en el año fue una catástrofe…

—Ya le he explicado que no es el mismo modelo que el del año pasado…

—Es exactamente igual.

—No, señor, le aseguro que no.

—¿Ah no? ¿Y qué tiene de diferente?

El joven dependiente quiso replicar pero tan solo consiguió un amago de abrir la boca.

—No importa, chaval, podrías buscar al encargado o a alguien con más experiencia.

El veinteañero, probable empleado temporal para la época navideña, se fue resignado, y en parte aliviado, en busca de un compañero con contrato fijo desde hace al menos dos años. El hombre se pasó una mano por su cabello entrecano y con incipientes entradas a ambos lados de la frente. Resopló mientras miraba la hora en su móvil. Seguramente hoy se habría levantado más pronto de lo habitual y habría salido de casa con cualquier excusa para evitar que su mujer lo acompañase. Aprovecha, cariño, descansa un poco más, cuando estés lista me llamas y te digo donde estoy. Otra vez mirando el móvil, estaba claro que no le quedaba mucho tiempo. Ahora se tocaba el interior de su abrigo, comprobando que la cartera seguía en su sitio. Por supuesto, pagaría en efectivo. El hombre miró a su alrededor esperando que alguien se acercase pronto y su mirada se cruzó con la de ella. Le sonrió y él le devolvió una sonrisa cómplice de cejas levantadas.

—Ya estoy aquí, señorita, disculpe la tardanza —le dijo su dependiente particular mientras se interponía entre ella y el hombre de familia —. He tenido que resolver un asunto antes… Veamos.

El dependiente conectó un USB a la pantalla, una vez comprobó que el dispositivo había sido detectado, reanudó su baile de dedos. Ventanas que se abrían, menús que se desplegaban, barras de carga que se completaban…

—Bien, estos productos son de la anterior campaña navideña, aunque créame, no tienen nada que envidiar a los de esta y, como es lógico, al estar fuera de temporada conllevan un mayor descuento. Normalmente no podría mostrarlos hasta las rebajas de enero, pero con usted haré una excepción.

—Pues muchas gracias.

—No hace falta dármelas, mi principal objetivo es que usted salga de esta tienda satisfecha.

Y soltando un buen par de cientos de paso, pensó, aunque su pensamiento quedó rápidamente eclipsado por la imagen que mostraba ahora la pantalla.

—Tiene todo el equipamiento de una gama alta al precio de una gama media.

—¿Y factor X?

—Por supuesto. Y no solo eso, si adquiere otra especial primeras citas, la misma le saldría con un 70% de descuento.

—Pero yo no necesito una para una primera cita.

—Todavía no, pero sí una vez consiga ese trabajo. El éxito siempre atrae.

—Le veo muy seguro.

—No es seguridad, señorita, es experiencia. Llevo más de una década vendiendo estos productos y las quejas puedo contarlas con los dedos de una mano. Dentro de una semana me lo cuenta.

—No sé… Ahora mismo no estoy muy interesada en relaciones.

—Puedo ofrecerle una con extra de atractivo intelectual y regulador automático.

—¿Regulador automático?

—En una primera cita siempre hay altibajos, a medida que avanza lo normal es que nos vayamos relajando. Cuando su autoconfianza sube, se desactiva, y si vuelve a bajar…

—Se activa.

—Exacto.

De pronto recordó cómo había ido su última cita, allá por el pleistoceno, y la decisión apareció tan cristalina como el tragicómico desenlace de la misma.

—Vale, me ha convencido, me quedo con las dos.

—Excelente elección, señorita —dijo el dependiente mientras sacaba del bolsillo del pantalón un pequeño aparato bastante parecido al mando a distancia de un garaje —. Apártese el pelo y no se mueva, por favor.

Obedeció y se puso tan tiesa como una vela. El dependiente apuntó a su cara con aquella especie de mando y un rayo escarlata comenzó a escanear su rostro de arriba abajo, primero, y de izquierda a derecha, después.

—Perfecto —dijo el dependiente después de comprobar que se encendía una luz verde en el aparato —. En media hora las tendrá listas.

—¡Qué rapidez!

—Rapidez y precisión. Ese es nuestro lema.

Media hora después aquel dependiente, que sin duda era descendiente directo del mayordomo de «Arriba y abajo», le entregó una bolsa con dos paquetes envueltos con destreza y muy buen gusto.

—Gracias —le dijo.

—No, gracias a usted. Imagino que sabe cómo se ponen.

—Pues…

—No se preocupe, es muy sencillo, tienen un punto negro que se coloca sobre la punta de la nariz —dijo el dependiente llevándose el dedo índice a la suya —. Asegúrese de hacer coincidir los agujeros con los ojos, fosas nasales y boca. En cuanto entra en contacto con la piel ella sola se ajusta a la cara. Sabrá que ha terminado dicho ajuste cuando ese punto negro desaparezca.

—¿Y si tengo algún problema?

—Tranquila, no lo tendrá, está compuesta por sensores muy sensibles de alta tecnología. Y es como una segunda piel, nadie notará que la lleva.

—¿Nadie, nadie? ¿Ni siquiera…?

—Ni su propia madre.

—¿Y cómo…?

—Años de experiencia. Por cierto, me he tomado la molestia de adjuntar en uno de los paquetes una tarjeta con el 50% descuento en nuestra gama orientada a altos cargos y directivos.

—Vaya, gracias —dijo mirando el interior de la bolsa para comprar que había una tarjeta colgando del lazo de uno de los paquetes —, sí que tiene confianza.

—No es confianza, señorita, si no muchos años de experiencia.

—Cierto… Y, por curiosidad, ¿qué tienen de especial?

—Un plus en apariencia de respetabilidad y honestidad.

—Claro, tiene su lógica…

Se puso los guantes, la bufanda y el gorro, y abrochó su abrigo hasta arriba. Comprobó su reloj antes de salir por la puerta y enfrentarse, de nuevo, al frío. Sí, aún tenía tiempo de sobra para buscar un traje nuevo que completase su fachada de perfecta futura empleada. Después se tomaría un chocolate bien caliente.

P.D: Publicado originariamente en el número 11 de la «revista Argonautas», en febrero de 2016.

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