Mi madre tenía un sueño: una casa propia para decorar a su gusto. Cuántas veces la escuché decir todas las cosas que haría en su casa de ensueño. No pedía una gran mansión, solo algo propio que modificar a su antojo. Un hogar en el que verter sus ilusiones, espejo orgulloso en el que habitar. Siempre vivimos en un piso de alquiler, mi padre aún sigue en él. Un piso sin calefacción, con cocina de carbón de esas de antaño y otra de gas butano que tuvieron que comprar. Tres habitaciones, salón, baño y una despensa al fondo. Todo en menos de sesenta metros cuadrados. Todo para cinco personas.
En cuarenta años ni una sola reforma más allá de las que hiciéramos nosotros (o ella). Arreglar lo que se rompiera o dejara de funcionar. Quitar el papel de las paredes y pintarlas. Comprar muebles nuevos para las nuevas necesidades. Aprovechar el espacio al máximo porque los niños crecían. Nada remotamente cercano a lo que podría haber hecho si el piso hubiera sido suyo, sin caseros huraños. Cambiar las ventanas y el suelo. Reformar la cocina y los baños, sí, en plural, porque habría tenido dos. Tirar un tabique, tal vez, para hacer el salón más espacioso y así acoger a un motón de gente en una cena cualquiera. Cuando oía a mi madre hablar de su pequeño sueño, yo soñaba al mismo tiempo con comprarle una casa cuando fuese mayor. Mayor y famosa, ya sabéis, con mucho dinero para regalarle la que ella quisiera. La mayoría de los sueños no se cumplen y otros lo hacen a medias.
Hoy escribo esta entrada en “la casa nueva”, como la llaman mis hijos, mientras espero a que llegue la lavadora. Me he traído una silla y una pequeña mesa para el portátil (también algo de piscolabis, a mí que el chocolate no me falte). Aún está vacía, la música que escucho resuena, y huele a pintura, a nuevo. Mi señora esposa y yo la hemos reformado con ilusión, mimo y algo de estrés. Ha quedado preciosa. Me habría gustado que mi madre la viera. Ayer una amiga me dijo que sin duda alguna lo hacía. Y tiene razón porque se la voy a enseñar ahora mismo, solo tengo que cerrar los ojos e imaginar.
Uy, llaman al timbre. Es mi madre, ya ha llegado. Disculpadme, os tengo que dejar. Le va a encantar. 🙂
Excelente relato, un bello capitulo de una historia de vida.
Gracias por compartir.
Un cordial saludo.
Siempre éxitos. ✍️💯👏🌻
Gracias a ti por leer y comentar. 😊
Qué bonito y que profundo! Su sueño se ha hecho realidad en ti. Parece mentira como las pequeñas cosas pueden significar tanto y puede dejar esa pequeña astillita en el corazón. Fabuloso relato!
Gracias Patricia por hacernos ver y apreciar la herencia soñadora que nos dejan nuestros seres queridos.
De nada, Mada, jajaja. Las pequeñas cosas, al final, son las que más importan.
Un beso enorme.
Solo puedo decirte
Que me a echo soñar
Y transportarme a mi infancia en las Navidades cuando nos reuníamos
Con tus abuelos .tíos
Que maravilla de casa
Que alegría y que bonito
Lo que dices ..mi prima Mary Carmen …siempre
Estarás con nosotros
Siempre serás parte de mi vida
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Gracias. Muchos besos para ti, María Antonia. 🙂