De morirse de miedo (I)

Hoy voy a salir del armario. “Pero, ¿qué dices? ¿Qué armario? Si ya no sabes ni dónde está”. No me refiero a esa clase de armario, sino a uno lúgubre, húmedo y oscuro. En su interior se oyen susurros y cosas reptar. Y en las paredes hay marcas de arañazos desesperados y uñas rotas incrustadas mezcladas con sangre. Hoy he de confesar que… me gusta el terror. Hala, ya está, ya lo he dicho. Tampoco ha sido tan terrible, la verdad.

Sí, vale, ya veo que no entiendes a qué viene esto. Es lo que tiene contar las historias por cualquier sitio, ahí sin pensar ni meditar. Déjame intentarlo de nuevo.

Érase una vez durante una charla cualquiera con tres damas del terror indignadas por el enésimo menosprecio a su género favorito que me di cuenta de que… No, no, espera, así no. Debo ir mucho más atrás.

Érase una vez una niña que volvía a casa después de hacer un recado a sus padres. De camino hacia el portal número seis y al pasar frente al bar de su barrio le dio por mirar a su interior, hacia más allá de los butacones donde los clientes tomaban cerveza o café mientras veían películas. Y allí en aquel televisor la vio. Una escena que se le quedaría grabada para siempre. Una muchacha rubia atacada por un ente invisible que desgarraba su ropa y la hacía rodar por paredes y techo ante la aterrorizada e impotente mirada de su novio. Marcas de cuchillas que aparecían de pronto marcaban su piel, como arañazos de una bestia. Se desangraba mientras suplicaba ayuda a su compañero de cama. Y, al final, moría. Una escena muy bonita para que viera una niña que posiblemente aún no fuera ni preadolescente, lo sé. Una niña que subió las escaleras hacia su casa a toda leche alucinada con lo que acababa de ver, deseando saber qué película era aquella. Quizá tardó varios años en saber cuál, no existía internet, y no lo descubrió porque alguien se lo dijera, sino porque cuando pudo disfrutarla entera y ante sus ojos regresó aquella escena, recordó al instante la tarde que la vio por primera vez. Y fue un subidón. Si aún no has adivinado de qué película estoy hablando, quizá esto te refresque la memoria.

Ya, ya, ahora te parecerá hasta cutre, pero en los ochenta Pesadilla en Elm Street fue lo más. Y desde entonces Freddy Krueger es uno de los grandes villanos del terror y, si me apuras, del cine. El moderno y terrible hombre del saco se metía en tus sueños convirtiéndolos en pesadillas y si morías en ellos, lo hacías en la vida real. Allí en el mundo onírico él era un dios y sus víctimas seguían siendo simples mortales. ¿Puede haber algo más terrorífico? Sí, puede, claro que sí. Aquí hemos venido a pasar miedo.

Avanzamos unos años, no muchos, creo que fue mi padre el que nos invitó a ver esta película. O simplemente la iban a dar por la tele y nosotros la veríamos por primera vez. Es muy posible que entre sus comentarios diciendo lo buena que era y el miedo que daba se le colara algún detalle de más. Por si no lo sabéis, os lo digo yo, mi padre inventó el spoiler. No tengo pruebas, pero tampoco dudas. En aquella hora y media de fantasmas secuestradores de niñas adorables conocí a una de mis heroínas cinematográficas: Diane, la madre de Carol Anne. Creo que en ella vi reflejada a la mía porque cuando yo tenía una pesadilla solo la llamaba a ella. Y siempre venía al rescate.

Poltergeist fue todo un fenómeno, antes de ella nadie sabía (o muy pocos) qué era un espíritu maligno, atormentado o cabreado. Para nosotros todos tenían el mismo nombre: fantasma. Lo mejor de esta película, teniendo en cuenta el año en el que se filmó, es la representación femenina. Mujeres fuertes que no necesitaban demostrarlo dando hostias como panes (o siendo tíos con tetas como diría alguien que yo me sé). Empezando por Diane que sí, era vecina, madre y esposa, los únicos papeles a los que aspiraban las actrices (amante de, novia de…), pero esta vez quien siempre estaba relegada a un segundo plano, era la protagonista, porque cuando a su marido las circunstancias le superan, ella sostiene a la familia y mantiene la esperanza. Igualito que en la vida real. Ese tipo de fuerza, la de pilar que no se derrumba y tira hacia delante, es muy común en las mujeres que yo he conocido y conozco (y en la historia olvidada de la humanidad). Así era mi madre, mi heroína personal. Pero no solo estaba Diane, también la Dra. Lesh, parapsicóloga jefa del grupo que va a investigar los fenómenos en la casa, gracias a la cuál contactan con la médium más famosa del cine, Tangina Barrows. Con Poltergeist pasé miedo, mucho, pero también me mostró que nosotras podíamos enfrentarnos al mal y salir victoriosas. Sororidad femenina contra espíritus malignos, ahí es nada. Ah, sí, y las tres son mujeres maduras, nada de jovencitas, la única jovencita de la casa, la hija adolescente, se pasa media película en casa de su novio (creo) sin enterarse de nada.

Nuevo salto temporal (la ciencia ficción siempre se me cuela sin querer), mis hermanos y yo frente al televisor puntuales para ver un nuevo capítulo de El club de medianoche. Varios amigos se reúnen alrededor de una hoguera para contarse historias de miedo. Puede que miedo, lo que se dice miedo, siendo objetivos, no dieran mucho, pero era una serie juvenil y a nosotros nos encantaba.

Si sigo viajando en el tiempo a través de mis recuerdos, me veré a mí misma disfrutando de las Leyendas de Bécquer mientras la mayoría de mis compañeras del colegio solo conocían las poesías. O en la piscina, siendo ya adolescente, devorando uno de mis libros favoritos, Frankenstein, entre chapuzón y chapuzón. O con mis hermanos encendiendo la televisión a escondidas para ver una película de miedo que nos dejaba traumatizados y nos hacía juntar las camas para dormir pegaditos y rodeados de todos nuestros peluches a modo de protección. O con toda la familia sin movernos del sofá porque después del capítulo de Expediente X comenzaba otro de Misterio para tres. Y podría seguir así durante un buen rato, saltando de recuerdo en recuerdo terrorífico, pero prefiero hacerlo de otro modo, como merece este género ninguneado, denostado y marcado como ninguno por los clichés, la ignorancia y el olvido. Es muy injusto que de los tres géneros (ciencia ficción, fantasía…) el terror, el más antiguo de todos ellos, sea el menos valorado.

Porque los primeros cuentos, los clásicos, en su origen pretendían dar miedo y provocar escalofríos.

Porque yo, tras una “ola de indignación” tuitera y una conversación con mis compañeras cylconitas, Bea, Yolanda y Gusa, sobre lo mal tratado que estaba su género favorito, hice memoria. Y al hacerla tuve que reconocerme a mí misma que todas las veces que había dicho “a mí el terror es el género que menos me llama” eran mentira cochina. Y, ahora, no me queda otra que remediar tal ofensa. Por eso, hoy inicio una serie de entradas sobre mis terrores favoritos. Puede que a Gusa no le parezcan para tanto y me diga que me gusta el terror para flojos, pero oye, el miedo es libre y no tiene una sola forma. Por eso todos los géneros, que no dejan de ser etiquetas que les ponemos a posteriori, están repletos de subgéneros. Para que encuentres sin esfuerzo aquello que te asustará hasta la médula y no te dejará dormir.

Espero estar a la altura. Nos vemos en vuestras peores pesadillas. 😛

3 Comentarios Agrega el tuyo

  1. katelynnon dice:

    El club de medianoche es un clasicazo de los noventa. Reconozco que no he visto ni una de Freddy Krueger y que no había caído en lo de la representación femenina en Poltergeist (que sí he visto), pero Frankenstein me encantó y hubo cierta leyenda de Bécquer que me dejó bastante tocada (te reirás si te digo cuál). A mí el terror me encantaba cuando era adolescente, pero el problema es que cuando estoy pasando por épocas «complicadas» soy demasiado vulnerable a él, así que solo puedo disfrutarlo con mucha precaución.

    1. No creo que me ría si me dices cuál, probablemente no me acuerde de ella porque hace muchos años, muchos, que las leí. Lo de la representación en «Poltergeist» es algo de lo que me di cuenta de forma inconsciente la primera vez que la vi, eso de crecer en los ochenta y noventa siendo chica significaba que a poco que saliera un personaje femenino con peso y «molón» se te quedaba grabado para siempre, jajaja. Creo que a mí me pasaba lo mismo, cuando era más joven veía más terror, no sé por qué lo fui relegando, la verdad.

      Un abrazo, Kate.

      1. katelynnon dice:

        Vale, fue «Maese Pérez, el organista». La música de órgano me daba bastante mal rollo por aquel entonces. Con el tiempo he aprendido a apreciarla.

        Otro abrazo para ti.

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