Lo que comen los dragones

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Fotografía: MJ Roda

—Mamá, ¿qué comen los dragones?

—¿Los dragones? —dijo su madre mientras abría la puerta del lavavajillas —. Déjame pensar… Imagino que dependerá de si son carnívoros o herbívoros.

Su hija de seis años salió corriendo hacia su cuarto y ella comenzó a meter los platos y los cubiertos sucios en el lavavajillas. Había sido demasiado fácil, lo normal era que necesitara grandes explicaciones llenas de detalles para satisfacer la curiosidad de su hija, así que no le sorprendió cuando regresó un minuto después.

—Es vegetariano.

—Bueno —dijo sonriendo ante la ocurrencia de su hija —, pues en ese caso, come fruta y verdura.

Su hija fue directa a la nevera y la abrió. La miró unos segundos, cogió una silla, la acercó a la nevera y se subió en ella. Su madre la observó coger una lechuga, un par de tomates, un plátano; los iba sujetando con el brazo izquierdo pegado a su cuerpo y cuando quiso colocar una manzana sobre el montón que ya tenía, esta rodó y cayó al suelo.

—Mamá, ¿puedes coger la manzana?

—Claro pero, ¿para que quieres todo eso?

—Para dar de comer al dragón.

—Muy bien, ¿qué tal si lo ponemos en un plato?

—Vale.

Ayudó a su hija con su pequeño botín y lo colocó en un plato mientras la pequeña bajaba de la silla, la colocaba en su sitio y cerraba la puerta de la nevera.

—¿Cuánto come un dragón? —dijo su hija mirando la cantidad de comida que había en el plato.

—Los dragones son muy grandes, puede que esto sea poco para él.

—Es pequeño.

—¿Quién?

—El dragón.

—¿Ah, sí?

—Sí, así de pequeño —dijo su hija colocado una mano sobre la otra separadas por un palmo.

—Sí que es pequeño, sí.

Su hija seguía mirando el plato con gesto preocupado y ella tuvo que contener una sonrisa. Lo último que quería era que su hija creyera que no le daba la importancia que merecía un asunto tan delicado como la alimentación de un dragón en miniatura.

—¿Qué piensas?

—¿Tenemos más verdura? No quiero que el dragón se quede con hambre.

—No te preocupes, tú le llevas esto y si quiere más, bajo a la tienda a comprar.

La pequeña sonrió, agarró el plato con fuerza y se fue de nuevo a su habitación. Mientras su hija daba de comer al dragón imaginario, decidió que ella se había ganado un merecido descanso. Y nada mejor que disfrutarlo tumbada en el sofá frente al televisor.

—Lo ha comido todo.

Se había quedado un poco dormida y le costó desperezarse para poder mirar a su hija que le hablaba desde el marco de la puerta.

—De momento no quiere más.

—Me alegro. ¿Has recogido el plato?

—Sí.

—Muy bien.

—¿Quieres verlo?

—¿Al dragón?

—Sí.

—¿Y no se asustará? A lo mejor no le gustan las personas mayores.

—No se asusta, es un dragón muy valiente.

Su mente adormilada no consiguió encontrar un argumento más convincente para evitar tener que levantarse del sofá, así que no le quedó otro remedio que incorporarse. Al parecer no lo hizo con la suficiente celeridad y pronto sintió a su hija tirando de ella por el brazo.

—Espera un momento, María, no encuentro mis zapatillas.

—Puedes ir descalza, no pasa nada.

—¿De verdad? Me pregunto de quién habrás sacado eso.

—Vamos, mamá.

—Vale, vale, ya voy.

Su hija la llevó arrastras por el pasillo y se detuvo cuando llegó a la puerta de su habitación.

—No hagas ruido, ¿vale? No le gusta el ruido. —Ella asintió, pero no fue suficiente —. Tienes que prometerlo.

—Prometo que no haré ruido.

La pequeña María abrió la puerta despacio pero no del todo, solo lo suficiente para que pudieran pasar. Su madre encontró la habitación sorprendentemente ordenada, era una suerte que los dragones fueran tan cuidadosos. La cama seguía hecha, sin una arruga en la colcha, su hija la rodeo y se agachó, desapareciendo tras ella.

—Está aquí, mamá, debajo de la cama. Acércate despacito.

Caminó hasta su hija pensando que tanta ausencia de caos tendría un precio, porque aunque el dragón fuese imaginario seguramente le habría construido un hogar y, por cómo estaba el cuarto, a saber qué habría utilizado, pero solo encontró los piececitos de María asomando bajo la cama.

—Siéntate, mamá.

Y se sentó en el suelo.

—¿Ves? Le asustan las personas mayores.

—No está asustado. Ven, Pepito, quiero presentarte a mi mamá.

—¿Pepito?

Mientras su hija seguía intentando sacar al dragón, descubrió que bajo la cama había escondido algo más que un animal mitológico en miniatura.

—Con que habías recogido el plato.

Cogió el plato, tenía los restos de una manzana y la monda de un plátano. Bueno, al menos su hija había comido fruta.

—¿Dónde has puesto la lechuga y los tomates?

Mientras miraba a su alrededor buscando comida escondida, María salió de debajo de la cama.

—Ya te lo dije, se lo comió el dragón.

—Ay… madre…

Era todo negro, de un negro brillante y de un palmo de alto, y se aferraba con sus diminutas garras al brazo de su hija. Estiró su cuello y abrió las alas, y un agudo sonido salió de su garganta.

—A que es bonito, mamá, ¿me lo puedo quedar?

—Es… un dragón.

—Te lo he dicho, mamá.

—Un dragón de verdad.

—Claro. ¿Me lo puedo quedar, por fi?

—Esto…

—Por fi, por fi.

El «no» fue lo primero que pasó por su cabeza, más por inercia que otra cosa. Era fácil negarle un perro o un gato, al fin y al cabo se quedaban en la tienda de animales. Pero, ¿qué harían con el dragón si le decía que no?, ¿dónde lo dejarían?, ¿a quién se lo darían?

—Si mami está de acuerdo…

—¡Bien! Qué bien nos lo vamos a pasar, Pepito.

María besaba y abrazaba a su dragón. Al parecer al animal también le entusiasmaba la idea de quedarse allí y de su boca salió una larga llamarada.

—Ah, no, nada de fuego dentro de casa.

—Sí, mamá. Pepito, ya has oído, no puedes hacer eso.

El sonido de unas llaves abriendo la puerta de entrada hizo que su hija saliera corriendo con el dragón en brazos.

—¡Mami, mami!, ¿me puedo quedar el dragón?

—¿El dragón?

Sí, no había duda, a sus oídos había llegado una palabrota, una de las gordas. Por esta vez haría como sí no la hubiera escuchado, un dragón bien valía hacer la vista gorda.

 

La historia continúa en:

 

6 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Aurora Losa dice:

    Qué dulce la niña.
    Yo me he pasado la primera parte del relato pensando «no hay dragón, sí hay dragón» y mi niña interior quería que sí lo hubiera, que, al menos un niño en el mundo, hubiera podido tener una mascota tan especial.
    Una chulada de historia y contada como se merece.

    1. ¡Muchas gracias! Me alegra haber hecho feliz a tu niña interior, la mía también quería lo mismo. 😉

  2. Rosa Glez dice:

    ¡Qué hermoso! Yo siempre he querido un dragón de mascota y, de preferencia, espero que también sea vegetariano. Un saludo.

    1. Jajaja… Sí, mejor vegetariano. Ojalá algún día tengas tu dragón, ;). Muchas gracias por el comentario.

  3. Ivena Sansko dice:

    ¡Me encantó! Me reí mucho con la primera y ultima escena… La mamá re tranqui pensando «esta estuvo fácil» jaja que ilusa…. y al final pude escuchar en mi cabeza la puteada que se mandó la otra mami al ver el dragón jaja Es genial. Gracias, otra vez, por compartir tu arte :*

    1. Gracias a ti, por leer, disfrutar y comentar con este entusiasmo. 😊😘

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