De abrir cajones (3ª parte)

—Tengo que actualizar, tengo que actualizar —se decía mientras golpeaba con su frente el escritorio —. Antes de que se despierten los niños, antes de que se despierten.

Cuando ya empezaba a dolerle la cabeza, su mente, a la desesperada, envió una idea sin importarle lo inútil que fuera, solo quería que dejase de dar porrazos con la testa.

—¿Y si…?

Y parece que funcionó porque de pronto volvió a sentarse como dios manda, cogió el ratón del ordenador y comenzó a buscar algo decente entre los archivos. Un viejo relato bastaría, hasta uno sin terminar.

—Este ya lo he usado, este también, este es demasiado largo, ¿y este?… no estoy tan desesperada.

—Anda que no —dijo, una vez más y así de repente, una voz a su espalda.

—¡Me cago en la mar! —Pegó un respingo y se dio la vuelta —. ¿Es que no podéis avisar antes de aparecer?

—Podríamos, pero no sería tan divertido.

Una morena de piel blanca, del tipo de blanco que cuando le da el sol se refleja y te deja ciego, sentada de forma despreocupada le dio un mordisco a una manzana mientras miraba a su alrededor.

—Deberías ordenar esto un poco y, ya de paso, limpiar.

—Y tú no deberías hablar con la boca llena, te podrías atragantar.

La morena de la manzana le lanzo una mirada que ríete tú de esas miradas de odio que tanto aparecen en la literatura moderna.

—Solo lo decía por tu bien —le dijo a la mujer de piel resplandeciente mostrando las palmas de sus manos intentando parecer buena e inocente.

—No he venido a atracarte.

—¿Atracarme? —Miró las manos que aún tenía en alto y las bajó.

—No, he venido a decirte…

—Que siga corrigiendo el borrador porque a la velocidad que voy se acaba el mundo y bla, bla, bla.

La mujer de pelo negro y piel blanca se puso seria. Los ojos fijos en ella sin expresión alguna, sin transmitir ninguna emoción. Pestañeo… pestañeo… pestañeo…

—¿Estás bien…? —preguntó por preguntar algo.

Y como si hubiera contado el mejor chiste del mundo, que digo del mundo, de la historia de mundo, la morena de la manzana medio mordida comenzó a reír. Y quien dice reír dice estallar en una carcajada que te hace inclinarte hacia atrás y hacia delante, señalar a la causante de esa risa con la mano que sujeta una manzana mientras niegas con la cabeza. Y vuelta a echarte hacia atrás. Y vuelta a echarte hacia delante.

—Que siga corrigiendo dice… —Y venga a reírse —. Si es que eres más graciosa…

Y a reírse y a reírse y a reírse. Y a ella le entraron ganas de tirarle el bote de los rotuladores a la cabeza, los reales que tenía en la mesa y los imaginaros del mundo de los cuentos.

—Ja. Ja. Ja. Que me meo de la risa —le dijo a la que nunca tomaba el sol, a ver si dejaba de reírse de una maldita vez.

—Uy, no, eso no sería propio de una… de mí, quiero decir, de mí.

—Y entonces, ¿a qué se debe tu inoportuna visita?

—Venía a decirte que no pasa nada si no terminas ese borrador, mujer. Que yo te entiendo muy bien, con tanto niño que cuidar una no tiene tiempo para nada. Y no deberías sentirte culpable si en vez de corregir te vas a dormir. Tampoco es que estés escribiendo el próximo bestseller.

Mordisco a la manzana.

—¿Tú crees?

Masticó despacio y tragó antes de continuar.

—Claro que sí, pero no te sientas mal, es muy difícil superar a los cuentos clásicos, por eso son clásicos.

Y mordió la manzana, sonriendo de forma dulce como si en vez de sonreír le estuviera dando un abrazo de esos que te da tu madre para decirte: «Tranquila, hija, tranquila. Ya pasó, ya pasó».

—¿Pues sabes qué te digo? —La mujer de la manzana negó con la cabeza —. Que ahora te vas a cagar. Te, te vas a enterar de lo que vale un peine —dijo buscando a su alrededor — ¿Dónde narices he puesto el borrador? —Pues debajo de un montón de papeles y cosas varias, como siempre —. Ni que estés escribiendo el próximo bestseller, bla, bla, bla. —Cogió el bolígrafo rojo, el azul y el verde, y abrió el manuscrito —. Tú lo que no quieres es que te cambie el cuento. Ja. Ja. Y ja. No sabes lo que has hecho, bonita de cara.

Miró al lugar donde un segundo antes estaba sentada una morena de piel clara y manzana en la mano. Se había esfumado.

—Me la ha colado, ¿verdad?

«Pues sí», contestó su mente, «y hasta el fondo».

 

Continua en: De abrir cajones y cerrarlos otra vez.

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2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Patricia, como ya sabes, creo que escribes genial. Pero, después de ver vuestro corto/documental, creo que eres una verdadera artista. ¡Qué precioso! Me parece que está muy bien hecho en todos los sentidos (tanto el contenido, como la forma). Y las experiencias que cuentan los protagonistas están súper bien escogidas. Me ha gustado especialmente la contraposición de las dos vivencias relacionadas con el trabajo, no solo porque me identifico con una de ellas, sino porque me ha hecho pensar mucho en cómo lo que para algunos sería un desastre, para otros significa la felicidad misma. Bueno, y qué decir del pequeño arqueólogo… Me lo comía con patatas. ¡Muchas gracias por colgar el enlace; me has hecho disfrutar muchísimo!

    1. No, querida amiga virtual, muchas gracias a ti por tu comentario. Nos alegramos mucho, mi amiga codirectora y yo, de que lo hayas disfrutado así. La verdad es que has destacado dos cosas en las que pusimos especial mimo: que las experiencias fueran lo más diversas posibles (dentro de nuestras posibilidades) y que mostrasen que a veces lo que nos hace felices no solo depende de cómo seamos, sino de las circunstancias y del momento de nuestra vida el que nos encontremos.
      Creo que me falta mucho para ser una artista, pero se agradecen tus palabras, se te da fenomenal subir la moral. 😉
      Un abrazo enorme.

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